La chauna

José Torrente

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El 'Iñiguísmo'

La voluntad regeneradora de Íñigo Errejón ha pasado siempre por único camino: ser él quien encabece el cotarro

La voluntad regeneradora de Íñigo Errejón ha pasado siempre por un único camino: ser él quien encabece el cotarro. Es un representante al que la realidad electoral ha desairado a menudo, que insiste en presentar su papel de perdedor desde la atalaya de su engreída vanidad. Los más atrevidos llaman ombliguismo a su credo; los menos adeptos lo califican con más endogámica enjundia: puro iñiguísmo. Es la lección extraída del único punto de su imprescriptible credo: sin mi no sois nada.

Cuando se lo soltó a Pablo Iglesias, con la misma claridad con la que aquí queda escrito, el de Galapagar le respondió con otro verso improvisado: si no te vas tú tendré que echarte yo. Y no les dieron la una, ni las dos, ni las tres. A las doce ya estaba en el gallinero del Congreso, por felón. Su marxista lucha de clases se reduce a una egoísta cuota de egos.

El iñiguísmo apuntó maneras de populismo rancio cuando aseguró que en Venezuela se comía tres veces al día. Defensor del chavismo, definió a Maduro y su narco régimen como demócrata. Nos ilustró así, debidamente, cómo es para él la democracia verdadera.

El iñiguísmo es tan espontáneo que su marca Más País ya estaba registrada en mayo, justo después de saber que Sánchez no tenía mayoría suficiente para ser investido. Tampoco el PSOE de Sánchez estuvo quieto, en agosto firmó su contrato de publicidad para la próxima campaña, mientras nos hacían ver que no querían elecciones.

El iñiguísmo no es una corriente ideológica, sino una ambición personalista. Es la venganza de un líder contra su antiguo aliado comuní. El iñiguísmo es como el pablismo pero con un Íñigo, genuflexo al sanchismo, en vez de un Pablo y su chalé.

Íñigo nos enseñó algo que él no le perdonaría a ningún rival de derechas: cómo cobrar de becario sin ir a trabajar, ni asomarse siquiera un par de días por semana. El iñiguísmo es ser candidato a cargo público a pesar de haber sido inhabilitado por una institución educativa pública como la Universidad de Málaga. Es hacer novillos en su escaño autonómico en la Asamblea de Madrid, que le paga su acaudalada nómina. Más Íñigo no es más país, es más Sánchez, más Falcon y más mentiras. Su programa es tan concienzudo que aún no lo han redactado. Las ideas sólo son un aderezo menor comparado con su objetivo real.

El iñiguísmo no vuelve a la política nacional a resolver los problemas de los españoles, sino a vengar afrentas personales y a calmar el orgullo herido de un político con exagerado ego.

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