LA llegada del verano y la finalización de las clases provocan, como efecto inmediato, que el centro de la capital se inunde de alegría con la presencia multitudinaria de jóvenes. Pero cada vez son más precoces los chicos y chicas autorizados por sus familias que recorren las calles en pandilla durante las noches. Y supongo que hoy cita con el paroxismo con ocasión de la final del Mundial de fútbol de Sudáfrica, con la selección española de protagonista.

El miércoles asistí a un anticipo de los festejos. La gran satisfacción por la victoria se tradujo en la rotura a patadas de varios expositores de la calle Larios por parte de varios grupos de exultantes chavales, hasta que se personaron los antidisturbios. Si así se desbordó la alegría no quiero pensar cómo darán rienda suelta a la decepción y que parte del mobiliario urbano será indultado si por desgracia llega la derrota.

Decía el viernes en la Universidad Internacional de Andalucía la fiscal jefe de Menores de Málaga, Isabel Fernández, que "los jóvenes de ahora son más conflictivos que los de antes" porque nadie les pone límites. El concepto de la disciplina se ha convertido en un anacronismo del vocabulario familiar. Y casi es una reliquia en los colegios. Los docentes no contemplan aplicarla por temor a que irrumpan unos padres furibundos y protectores para evitar las frustraciones de sus hijos si alguien osa imponerles obligaciones. Hay aversión al significado de las palabras orden o norma porque parecen extraídas de una época incompatible con la libertad que ahora disfrutamos. Así que la nueva sociedad alumbra jóvenes sin traumas que dictan sus propias reglas, que hemos de aceptar para ganarnos su afecto.

Una encuesta del Ministerio de Educación desvelaba esta semana que casi una quinta parte de los adolescentes varones no creen que insultar a su pareja o hacerla sentir miedo sea una conducta reprobable y menos que pueda entenderse como violencia de género. Claro que una de cada diez de ellas considera que la agresividad forma pare del atractivo del hombre. Otro estudio resaltaba también estos días que casi una cuarta parte de los niños pequeños aguantan hasta la medianoche delante del televisor. ¡Y qué hacemos si es verano!

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