Tres semanas después de la intervención del Rey en Navidad, siguen aquí los riesgos para la democracia de división, deterioro de la convivencia y erosión de las instituciones. Un ejemplo es el discurso del lunes del presidente saliente del Tribunal Constitucional. Casi una hora de buenos principios, citas jurídicas o filosóficas, pero aquel señor tan serio, vestido con la toga y un gran collar deslizó fantasías que arruinaban su mensaje. Dijo González Trevijano que en España sólo hay una soberanía, la del pueblo español. (Una obviedad; está en el artículo 1 de la Constitución). Pero concluyó que el Tribunal Constitucional controla a todos los poderes del estado, sin zonas exentas. Lo que incluye prohibir una votación legislativa, como ha hecho en el Senado a petición del PP: "no caben paralelas soberanías parlamentarias".

Lo que supondría que la soberanía nacional pasaría del pueblo español al TC, obviando que son las Cortes Generales las que representan al pueblo español en el artículo 66 de la Constitución. Pero la parte más tramposa de ese discurso es cuando quiere hacernos comulgar con ruedas de molino: "no comparto la falsaria dicotomía entre jueces conservadores y progresistas; un magistrado no representa a nadie, está a solas con su conciencia y solo de ella depende". Tan bonito como falso. Los magistrados del Constitucional votan en función de su procedencia ideológica o partidaria, salvo contadísimas ocasiones. Todos los magistrados del PP estuvieron de acuerdo en prohibir la votación del Senado y todos los del PSOE estuvieron en contra. Con los jueces conservadores o progresistas pasa como con las meigas, que no existen pero haberlos haylos.

Los bloques en los que está dividida la política nacional son más distantes desde esta semana. Si el PP enarbola en rebeldía desde hace cuatro años, un mes y 13 días la bandera de las gaviotas del mástil del Consejo General del Poder Judicial, el PSOE se ha hecho sin concesiones con el Tribunal Constitucional. El ministro Bolaños se ha asegurado la elección como presidente del candidato de Moncloa, Conde-Pumpido. Se ha perdido la oportunidad de mejorar la reputación de la institución con una elección por unanimidad. Y, de camino, se ha escapado una estupenda ocasión de que una mujer como María Luisa Balaguer presidiera el TC, que hasta ahora ha tenido 11 presidentes y una presidenta.

CGPJ y TC están desacreditados y a merced del rodillo de uno de los partidos antes llamados centrales. PP o PSOE consideran ilegítimos a los socios del otro. Y así, sumando los diputados de Vox, Podemos, Esquerra, Junts y Bildu se pone en entredicho un tercio del Congreso. Tanto Vox como PP repiten con pasión que el presidente del Gobierno es un dictador o un tirano. No queda poder alguno del Estado cuya legitimidad no esté puesta en duda por lo que antes eran el centro derecha y el centro izquierda. El centro ahora es un campo sin labrar.

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