Labor callada

Se habla poco de la producción investigadora y reflexiva que se hace aquí sobre la Andalucía de las últimas décadas

Se habla poco de la producción investigadora y reflexiva que se realiza, en Andalucía, sobre la Andalucía de las últimas décadas. Hay una labor callada que se prodiga en forma de cursos, libros y revistas, discutiendo en encuentros y congresos y transmitiendo ideas en los periódicos, pero sus logros apenas repercuten más allá de los circuitos universitarios. Se acepta con resignación que es un mundo aparte en el que se mueven profesores, economistas, sociólogos, antropólogos, historiadores y filólogos andaluces, realizando una meritoria tarea que permanece lejana y recluida, porque nadie, en el exterior, pone empeño en hacerla resonar. Tal como si el resto de la sociedad andaluza no precisara de las propuestas que se debaten en aulas, seminarios y publicaciones especializadas. Unos y otros parecen hechos para vivir en mundos separados, sin apenas conexión. Es un buen ejemplo de lo que, en su tiempo, se llamó falta de articulación en la vida cultural andaluza. Se han extendido las universidades por todas las provincias andaluzas, proliferan los grupos de investigación, crecen las fundaciones, pero no se ha perdido la costumbre de estar pendiente sobre todo del entorno comarcal más inmediato. Es raro encontrar un libro en coedición, un debate en el que se mezclen componentes de la Andalucía alta, baja, occidental y oriental, o una indagación que reúna firmas de dos provincias colindantes. Cuesta, pues, romper con esta querencia al aislamiento, cultivada desde hace siglos y que los últimos cuarenta años de gobiernos autonómicos no han tenido voluntad, o no han sabido solventar.

Pero sería ingenuo volver a hablar de nuevo, a estas alturas, de esta necesaria vertebración de Andalucía, siempre aplazada. Si no fuera porque la situación política autonómica española, reclama, cada vez más, voces que intervengan. Y los universitarios, investigadores e intelectuales andaluces deben sentirse aludidos y llamados a exponer sus críticas y propuestas ante unos conflictos territoriales que atañen a todos. Los andaluces ya no viven en el siglo XIX, aguardando pasivamente emigrar al norte. A ese norte, ahora enriquecido, que ya no recuerda para no tener que compartir. Por tanto, la respuesta desde Andalucía tiene que ser otra y no debe quedar solo en manos políticas. La sociedad andaluza tiene que reaccionar, respaldando, articulando esa labor callada, todo ese despliegue de reflexiones y escritos, de momento dispersos. Pero que están ahí latentes, aguardando, en universidades, en bibliotecas, en despachos, dispuestos para aflorar antes que unas injustas desigualdades territoriales se impongan de manera ineludible.

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