Letra pequeña

Javier Navas

Ladrillos y papeletas

PARA los políticos que intervienen toda ocasión es histórica, lo que expresa más bien su deseo de encaramarse pronto a la historia. Ángeles Muñoz no ha faltado a la costumbre: el nuevo PGOU de Marbella, el primero en 24 años, es "histórico". Tampoco hace falta pasarse, podríamos hablar de "memorable". Las nuevas normas urbanísticas entierran el adoquín de Gil y colocan encima una lápida para impedir que brote. El consenso es insólito. La sonriente fotografía de la alcaldesa Muñoz y el consejero Espadas da a entender que después del va y viene de competencias han llegado a entenderse. Todos los que intervenían en la aprobación de la norma, 38 representantes de partidos por lo general disconformes, dieron el plácet. Dio la nota tan sólo el que hablaba por Ecologistas en Acción. Se abstuvo.

No hay que espantarse. Los ecologistas son outsiders que pueden permitirse la antipatía. Quedan tan lejos del mando que no aspiran a conquistarlo: les basta un tenue y tenaz asedio. Representan justamente el reflejo del GIL, una sociedad de chorizos inexplicablemente carismáticos ajena al sistema de partidos convencional pero que se lleva de calle a la calle prometiendo cosas gustosas para todos, como apartamentos que están en primera línea de playa hasta que un promotor descubre una insospechada nueva línea que mete los pies en el agua. El díscolo ecologista no ha dicho en la votación ni que sí ni que no: el PGOU le resulta insatisfactorio pero razona que otra solución no cabe y tampoco va a dar la nota más de lo testimonial.

Probablemente falten derribos. En Marbella se han contado 18.000 viviendas forajidas. Como nadie sabe qué hacer con ellas -mejor dicho, con los que viven dentro- se van a "normalizar" (¿qué será eso?) 16.500 a cambio de compensaciones para la ciudad, por ejemplo con terrenos. Otras mil y pico son anormales sin remedio. El ejemplo más conspicuo y resbaloso, Banana Beach. Los que allí compraron sin la previa lectura de toda la legislación pertinente protestan porque a ellos no los indultan y a otros igualmente agresivos sí. Estos hasta el momento vecinos han tenido mala suerte. Banana Beach no es sólo un carcinoma de cemento sobre la arena, como ése hay muchos. Es también el buque insignia de la flota pirata del GIL. Si no lo echan abajo dará la impresión de que el PGOU no pasa de declaración de intenciones. El ecologista que se abstuvo no habría sido el único en montar el número. Claro que vete tú a explicárselo a sus habitantes.

El histórico plan resuelve muchos problemas pero se topa con otros, si es que él mismo no los crea. Al menos enseña una lección de prudencia: guardémonos de dejar sitio en política a simpáticos fantoches. La historia recuerda a peligros ambulantes que dirigieron países con el apoyo de sus paisanos, pero ni siquiera en unas elecciones municipales se vota como se cuenta un chiste.

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