Languidece agosto

Creíamos que nada podría con las vacaciones hasta que llegaron los imprevistos enclaustramientos

01 de septiembre 2021 - 01:31

Este perceptible ocaso de agosto nos pilla a todos, sin perdonar a ninguno, como recuerdo de que todo lo bueno debe tocar a su fin. Ya se alargan las sombras, se acortan los días y se adelanta el final de todo lo bueno que tuvo este extraño estío de intermitentes bondades, siempre pendientes de la mascarilla, el sobresalto talibán y la estadística de bajas por un virus que, ya si, parece que da tregua, por fin y a base de vacunas.

El recordatorio de lo que se nos viene encima es este fresquito que huele en el aire y que ya anuncia el otoño del septiembre inminente, con su escenario de aulas y oficinas que en nada suplantarán arena y sal o la hierba que crece mientras la miramos arrobados en la montaña.

Me gusta cómo se anuncia este final de verano que ya aquieta los despertares. Recuerda con premura que la batalla sólo quedó en pausa en el frente de la vida que dejamos en stand by por unos días. Desde que las vacaciones se volvieron un derecho llegamos a creer que nada podría con ellas, hasta que llegaron los imprevistos enclaustramientos aquellos que ya pasarán a la historia como uno de los peores tiempos que vivimos, esos en los que la muerte nos rondó pisándonos los talones para recordarnos que estamos de prestado en este mundo y que como tal hemos de disfrutarlo y dando las más sinceras gracias.

Pronto, en días tan solo, volverán los cláxones y la vida en urgencia sintémica. Nada como recordar que no es un absoluto ese correr por correr sin pausa y que hubo un contrapunto en este poder mirar aún el horizonte escrutando alguna verdad tan necesaria como íntima.

Es en este contraste de acción y pausa donde está la sal, la pimienta y el canto sutil de la vida. Si todo fuera esta pausa, esta calma que va ya hacia el ocaso, no habría disfrute sino una monotonía de lo ansiado hecho costumbre. Puede que aún nos aferremos remolones a este solaz que desearíamos eterno. Pero también y de ahí que ya el cuerpo nos pida esa acción que se vislumbra en lontananza, la organizada vida del ser productivo, el esfuerzo de adaptación incesante y la lucha sin cuartel contra una realidad que tuvo su tregua pero que siempre-siempre nos llama para que en ella construyamos lo que, después del susto pandémico que ya se agosta, quizás descubrimos que en definitiva era nuestra verdadero sino.

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