Libertinos

Su ética del placer, aplicable a hombres y mujeres, se oponía al puritanismo de la burguesía

Porlo común asociado a una forma extrema e incluso perversa del hedonismo, el término libertino se refiere en un sentido más preciso e históricamente definido, explorado por estudiosos como la gran Benedetta Craveri, a un tipo humano característico de la sociedad dieciochesca cuyas costumbres transgresoras comprendían el ejercicio del libre pensamiento. Francia, como se sabe, fue el centro desde el que esta forma no meramente licenciosa de practicar el arte de la seducción, que combinaba la inquietud intelectual y las habilidades mundanas, exportó al mundo conceptos como la douceur de vivre, el cultivo del esprit y el despliegue de las 'bienséances', un modo de entender el decoro que trascendía las buenas maneras. Los libertinos del XVIII vivieron su acmé en la segunda mitad del siglo y tuvieron en común no sólo su famosa liberalidad en el terreno del erotismo y las relaciones galantes, sino también una cierta receptividad a las ideas ilustradas y la conciencia de atravesar una crisis que tal vez, pensaban con optimismo, podría renovar el viejo orden absolutista. Miembros conscientes de la élite, no fueron ajenos al cambio de mentalidad ocurrido en los estertores del Antiguo Régimen. Pertenecían al núcleo dirigente y disfrutaban sin escrúpulos de su posición, pero admiraban a la nobleza liberal de Inglaterra donde los aristócratas no tenían las manos tan atadas, por ejemplo a la hora de dedicarse al comercio, ni dependían en exclusiva de los favores arbitrarios para participar en la política. Las décadas previas a la Revolución, que luego evocaron con nostalgia, fueron su canto de cisne. Sin ser ejemplares, los más dotados alternaron cualidades como el ingenio, la elegancia o el valor en la milicia con la atención a las peculiaridades de los distintos sistemas -incluida la entonces reciente y novedosa experiencia de los Estados Unidos- o la combativa filosofía de las Luces. Frente al inmovilismo del orden estamental, defendían un aggiornamento que se quedó corto cuando la caída de la monarquía dio paso a una era radicalmente nueva. Tuvieron vidas novelescas, en muchos aspectos paralelas o unidas a las de personalidades que acabaron sus días en el exilio, el campo de batalla o la guillotina, aunque los más espabilados llegarían a formar parte de las estructuras del Imperio. Más allá del estereotipo decadente, destacaron por su enérgico individualismo, por su sentido de la tolerancia y por una ética del placer, aplicable por igual a hombres y mujeres, que se oponía en todo al puritanismo de la ascendente burguesía, cuyos representantes impusieron un patrón moralista del que seguimos siendo herederos.

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