Lo habitual es que los gobiernos, además de la correcta administración de los asuntos públicos, traten de llevar la iniciativa política y se sientan en la obligación de ser los que, fundamentalmente, propongan proyectos, cambios o modificaciones en la actividad pública. Esta actitud de liderazgo político y social, que puede considerarse como papel esencial de cualquier gobierno, parece tener su excepción en el actual gabinete de Rajoy que es un firme convencido de que la pasividad y el inmovilismo forman parte esencial de la función política. La firme creencia de que los problemas tienden a solucionarse con el tiempo lleva con frecuencia al presidente a dejar de ser actor de la política nacional para convertirse en mero espectador. Esa fue la actitud que adoptó ante el problema catalán, en la confianza de que el tiempo iría atemperando el problema hasta hacerlo desaparecer. Sólo al final, cuando la situación se tornó ingobernable, tuvo que actuar con soluciones límite que quizás con un papel previo más activo podían haberse evitado.

Ahora, ante las propuestas de la reforma de la Constitución, de nuevo entramos en el limbo de la ambigüedad y el inmovilismo. El gobierno y su grupo parlamentario parecen caminar a rastras hacia un lugar al que no quieren ir, esperando una vez más que la complejidad de la tarea o la dificultad de llegar a acuerdos hagan imposible el empeño planteado y al final el tiempo vaya ejerciendo su función de olvido. Les falta valor para negarse a la propuesta de reforma y ánimo para involucrarse en ella; hasta ahora la única labor que han asumido es la de plantear dudas, manifestar recelos y esparcir pesimismo sobre los posibles resultados. Resulta llamativo que, en un problema de tanta trascendencia, el gobierno haya renunciado al liderazgo y pretenda dejar en manos otros grupos políticos la responsabilidad de intentar una reforma que la mayoría está sintiendo como necesaria. En este tema, el PP ni impulsa ni frena, tan solo se convierte en contemplador escéptico de un esfuerzo que en el fondo anhela que sea baldío. De un gobierno responsable en un reto de tanta trascendencia como la reforma constitucional es exigible un papel más resuelto, a favor o en contra, pero claro y sin ambigüedades. Analizando las confusas declaraciones de los representantes del PP parece evidente que su colaboración será escasa y los inconvenientes que pondrán muchos. Pero en política los vacíos tienden a ocuparse con rapidez y los liderazgos vacantes también.

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