Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Ligeros placeres haitianos

HACE años se puso de moda acoger durante el verano niños bielorrusos. Había listas de espera de familias que aguardaban impacientes el suyo. Las familias exigían bielorrusos como si fuera una marca o, mejor, una denominación de origen. Hubo tanta demanda que se agotó la oferta de bielorrusos genuinos. Al cabo de dos o tres años los niños que llegaban era niños sanos, no contaminados por el escape radioactivo y pertenecientes a familias de clase media que querían que sus hijos conocieran España. La acogida se transformó en intercambio. Al final la Junta llevó a los tribunales a las organizaciones que se encargaban del trasiego infantil al sospechar que aquello había derivado en un negocio de vacaciones. Hoy, salvando las distancias, es difícil encontrar un banco, una caja de ahorros, una asociación de restaurantes o alguna fiesta que no haya incluido en el cartel a modo de reclamo la denominación Haití. Haití se ha transformado en una marca que, de un modo misterioso, garantiza la idoneidad, la filantropía y la honradez no sólo del negocio sino de los propios negociantes. Ya no es la caridad la que patrocina Haití, sino que es la marca Haití la que patrocina el negocio.

Supongo que habrá muchas iniciativas verdaderamente humanitarias que no tengan otra mira que obtener ayudas para los damnificados, pero me temo que otras muchas sólo pretenden montar una campaña de imagen a costa de una isla que todos llevamos clavada en el corazón y cuya sola mención estremece la memoria.

A la ayuda de Haití se han apuntado casi todas las grandes corporaciones financieras y muchas firmas comerciales que aseguran a los clientes que si compran allí y no en la competencia una parte del dinero invertido -el equivalente más o menos al tocino del jamón- irá a los pobres de Haití, convertidos ahora en seres esqueléticos y omnívoros cuyo sustento depende de dónde surtamos nuestra despensa. Si compramos en tal negocio, y solo en él, obtendremos ligeros placeres morales haitianos. Porque los placeres que se sirven en los hapenning de caridad son de dos clases: materiales y éticos. En una cena de caridad conviven el menú masticable y el espiritual. La mora al chantilly y la moral a la Haití. Y los bancos, qué decir de los bancos ¡Ingrese su limosna en nuestra oficina comercial! El terremoto ha abierto muchas cuentas corrientes y ha generado un importante cruce movimientos financieros.

La caridad al margen de la acción política y de la crítica descarnada contra el sistema que crea mundos diferentes, mundos en donde los edificios resisten los seísmos más fuertes y mundo donde las ciudades se derrumban el más ligero temblor, es una caridad peligrosa.

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