Lluvia de crímenes

No podemos asumir como natural los asesinatos de cada año y conformarnos sólo con que se castigue a los culpables

No estuvo mal 2018 con 21 asesinatos y homicidios y medio centenar de tentativas, en la mayoría de los casos directamente atribuidos al crimen organizado. La desarticulación de una banda de sicarios de origen sueco, que sembró la intranquilidad porque recuperaban deudas a bombazo limpio, permitió recuperar algo de sosiego durante algún tiempo. Entonces se habló de narcoterrorismo. Pero los ciclos se suceden unos a otros y la espiral de delitos de extrema violencia nunca se detiene. Desde hace décadas forma parte del paisaje del litoral malagueño, que en la década de los 80 y 90 sufrió el apodo por parte de algunos medios británicos de "costa del crimen" y que una televisión española recuperó en 2018.

La de los asesinatos es la única lluvia que cae puntualmente todos los años. Así que los registros de hace doce meses ya se han superado en 2019. La última muerte, hasta el momento, la de un joven de 20 años de nacionalidad eslovena, acribillado a tiros junto a un acantilado en Mijas.

El sobresalto llega cuando los disparos suenan a plena luz del día y en zonas concurridas. Cuando la sangre corre con discreción no suenan tanto las alarmas. Pero las ráfagas de metralleta suelen ser poco compatibles con la imagen de seguridad que se traslada a los turistas que viajan al destino malagueño.

Las redes mafiosas, además, están en constante mejora de sus infraestructuras. Si se las presiona en el campo de Gibraltar se desplazan unos kilómetros al oeste para eludir los cercos. Si crecen los alijos policiales de hachís y cocaína, hay menos oferta en el mercado y la competencia se extrema. Además, suele anidar la sospecha cuando cae una banda que alguien desde dentro ha facilitado la pista. Esta misma semana los agentes desmontaban una red que funcionaba en Málaga y Francia y que transportaban a París ingentes cantidades de hachís. Por lo visto los delincuentes planeaban robar la droga a otra banda y matar al que custodiaba el almacén desde dónde partían los envíos. Por el mar navegan embarcaciones de hasta 12 metros de eslora con tres motores y fardos sospechosos. Imposibles de perseguir por las patrullas de seguridad. En octubre, una volcó cuando trataba de interceptar a los narcos y tuvieron que ser rescatados por ellos, tras ser advertidos desde un helicóptero de las consecuencias que podían sufrir si no cooperaban. Todavía no se han capturado submarinos, como en Galicia. Es cuestión de tiempo. 150 kilómetros de costa es un territorio demasiado amplio para vigilar.

Los responsables policiales se muestran confiados en que capturarán a la nueva remesa de asesinos. Pero asumir con naturalidad el crimen siempre que se responda con el castigo queda bien en las novelas.

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