Locuacidad impertinente

La profesión de juez, tan poco valorada a veces, venía de marca con el sello de la sencillez y la discreción

Un recordado abogado sevillano solía decir que los jueces hablan por boca de sus sentencias, autos y providencias. La profesión de juez, tan poco valorada a veces, venía de marca con el sello de la sencillez y la discreción, y así debe ser para que los conflictos que allí se dirimen queden en lo estrictamente jurídico, y su círculo de influencia se extienda únicamente al ámbito de lo privado. Eran otros tiempos, desde luego, y entonces, probablemente, no se concebía otra cosa ni los asuntos de juzgados tenían la relevancia mediática de ahora, pero me he acordado de la frase al ver las reacciones de ciertos profesionales de la Justicia tras la sentencia del caso Nóos.

No había pasado ni un día desde la publicación de la sentencia cuando dos de los principales intervinientes en el proceso, el juez instructor y el fiscal del caso, se lanzaron de inmediato a comentarla en los medios, llevando al papel su enconado enfrentamiento en el juzgado, donde, como se sabe, uno (el juez) hacía todo lo posible por empapelar a la Infanta por su acción u omisión respecto de los desmanes de su marido, y el otro (el fiscal) hacía justo lo contrario, dándose la curiosa paradoja de que quien estaba destinado a ejercer la acusación actuaba como la mejor de las defensas.

Ahora, cuando tres magistradas de la Audiencia de Palma, a las que nadie conoce, han dictado unánimes una sentencia en derecho (la que es, conforme a su criterio tras analizar la prueba, y que debe ser respetada en todo caso) vuelven los inoportunos protagonistas a darnos su tabarra con el sólo fin de justificar su posición en la instrucción, como si no tuvieran bastante con el amplio margen de actuación que la ley les otorga. Particularmente lamentables me parecen las palabras del señor fiscal, el cual no sólo se jacta de cargar contra el instructor la absolución de la infanta como si de un partido de fútbol de tratase, sino que incluso se permite opinar alegremente sobre la posible privación de libertad del esposo condenado, como si tuviésemos que esperar impacientes a ver lo que el buen hombre decide de aquí al jueves.

En cualquier caso, lo que de verdad importa es que el sistema ha ejercido su función punitiva con rigor en medio de una presión social incontrolable, lo que ya de por sí es una buena noticia. El resultado, como siempre, satisfará más a unos que a otros, pero eso ya es otra historia.

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