Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Luz

AÑO tras año, desde hace más de un lustro, España adelgaza en salarios, lo que montoriana y malabarísticamente se conoce desde esta semana como una "moderación de su subida". Pero, en fin, por si el indicador de nuestro bolsillo y nuestra cuenta corriente no nos resulta de confianza, Fedea valora que los sueldos reales en este devaluado país han caído de media un 12% desde 2010, y nótese que hablamos de aquellos que siguen teniendo una renta de trabajo, o sencillamente un trabajo. Los precios no han tenido tanta prisa en devaluarse, y algunos como los de la electricidad, la gasolina, las multas y otros impuestos o los coches de segunda mano -qué lista es la oferta y qué esclava la demanda-, también se comportan asimétrica y sorprendentemente en contra de el poder adquisitivo del españolito. Por eso, cuando Francis Lorenzo narraba alborozado en el estreno del programa España a ras de cielo que éste es un país tan alegre que es aquí donde más sale la gente de marcha por la noche de toda Europa y, por tanto, más kilovatios se consumen a las horas de teórico descanso, uno se queda perplejo, e indaga un poco. Y se encuentra con que al malvado comisario de Águila Roja le han hecho un guión acorde con la realidad, y no sólo en cuanto a lo marchosos que somos, que eso ya lo sabíamos. Por ejemplo, el gasto el alumbrado público casi se ha doblado entre 2007 y 2012 según unos astrofísicos investigadores de la Complutense, de 450 a 830 millones de euros. España es premio farolillo de feria, lucero rutilante, la alegría del hemisferio y de la en general sosísima Europa comunitaria. Y al mal tiempo, buena farola.

Pero resulta que no es sólo por la sarandonga, el festival tecno y el noa-noa patrio por lo que que los satélites nos delatan con los colores más calientes. También es por el altísimo consumo que hacen en general los ayuntamientos, que en muchos casos de ciudades grandes dedican a la factura de la luz una quinta parte de todo su dinero. Si todo debe recortarse, ¿por qué mantenemos ese irracional gasto eléctrico público? No debemos tener miedo a ser tachados de demagógicos si nos hacemos la pregunta del millón: ¿por qué los salarios, las inversiones y los gastos que sustentan un cierto progreso social son sacrificados a la sacrosanta sostenibilidad presupuestaria, y no hay tanto empeño en reducir gastos corrientes que resultan ser más bien anormales? Entre las autopistas belgas iluminadas de noche de forma que se podía detectar un grillo cruzando y aquellas oscuras y misteriosas -cómo embellece y dulcifica la memoria a la pobreza- ciudades checas de la época comunista, hay recorrido para la gestión del gasto. Eso duele menos que otras medidas "dolorosas pero inevitables". Claro, que depende del dolor de quién hablemos.

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