¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Machado entre banderas

Admirar a Machado no significa comulgar con algunas posturas que el poeta defendió con más honestidad que acierto

En las imágenes de la tumba de Antonio Machado hay algo que, por qué no confesarlo, nos desconcierta. Esa profusión de banderas y símbolos republicanos parece más propia del sepulcro de un general del Ejército Popular que de un poeta que es hoy para muchos un paradigma de la ética civil. En ese rincón del cementerio de Colliure hay un barroquismo simbólico, un hooliganismo icónico, que crea rechazo en los que, aunque siempre llevamos en el macuto algún libro del poeta, no compartimos algunas de las ideas que defendió con más honestidad que acierto. Los enterramientos siempre fueron un poderoso imán para fetichistas, fanáticos y aburridos. Sólo hay que ir al camposanto del Père-Lachaise, en París, a ver la última morada de Jim Morrison (una deprimente mezcla de melancolía adolescente y tanatofilia) o al Valle de los Caídos (con sus siniestros excombatientes que nunca cogieron un fusil) para comprobarlo. La fosa de don Antonio, por lo que se ve, no se libra de esa maldición.

En estos días, con motivo del ochenta aniversario del fallecimiento de Machado, en algunos sectores de nuestra rutilante izquierda política y cultural se escuchan numerosas peroratas sobre quién tiene y no derecho a evocar su recuerdo. Por supuesto, según estos alguacilillos de la memoria histórica, Pablo Casado, el insustancial líder del PP, no lo tiene. De esta manera, consciente o inconscientemente, se usa la figura del poeta para deslegitimar algunos discursos políticos de hoy, como si España siguiese varada en una interminable Guerra Civil. Si esto fuese así, si un diputado de la diestra no tuviese derecho a citar o a recordar al poeta, entonces éste perdería automáticamente su condición de referente ético y moral para las actuales generaciones y se convertiría, simplemente, en el buen poeta de un determinado bando.

Es evidente que don Antonio fue un ferviente republicano y un hombre de la izquierda liberal, y que todo retrato biográfico que oculte estas características del personaje es una manipulación inaceptable. Tampoco se puede ocultar que esta pasión política, sin embargo, le llevó a cometer errores importantes y dolorosos, como su apoyo -imaginamos que por ignorancia- de la Unión Soviética cuando el régimen comunista estaba matando de hambre a millones de ucranianos o había industrializado el asesinato político. No queremos ni podemos cantar a ese Machado, sino al otro, al de los patios y las fuentes de Sevilla, al de las consejas castellanas, al del alto Duero, al de los caminos, al jacobino cuyo verso brotó de manantial sereno.

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