AHORA que llueve, ahora que es lunes, ahora que parecen darse las circunstancias propicias para detenerse un instante, siquiera un instante, y hacer balance de cómo está discurriendo el festín, sólo se me ocurre una palabra, y ésta es gratitud. Lo mejor de la acogedora ciudad de Málaga es que está llena de malagueños. Una expresión que a veces empleamos a la inversa, para mal. Hoy toca agradecer. Nunca, ni en mis mejores augurios, imaginé que los malagueños me iban a dar tanto.

Sin salirnos de los territorios del festival, ahí está Javier Pantoja, el mejor dj de la mitad sur de la península, que nos hace más amenas las esperas, largas esperas, en la alfombra roja, y con quien suelo conversar telefónicamente los sábados por la tarde, siempre los sábados por la tarde, desde que comienza el Cine de barrio hasta el Informe semanal. Tanto habla Pantoja.

Ahí están los compañeros de los medios, menudo lujo, con los que es muy fácil dar el salto desde la confianza hasta la complicidad, esa que en Málaga parece tan fácil cuando en realidad es tan difícil de lograr.

Lujo el acudir cada día a la redacción de la calle Larios, casi nada, a escribir a contrarreloj, y reponerme con la mirada inteligente, apenas un guiño basta, de Cristina, Pablo, Rocío y José Luis. Lujo el aprender también con los compañeros de otros medios. Competencia entendida como estímulo. Qué sería de mí sin el abrazo de Paco Griñán, sin el "hola, maestro" de Domi del Postigo, sin el "tenemos una comida pendiente" de Miguel Ángel Martín, sin las palabras que me dedican Víctor Gómez y Elías Lacave, sin la callada presencia de José Luis Picón. Y qué sería de mí sin Txema Martín y sin Germán Aparicio.

Es de bien nacidos ser agradecidos. Por eso, en esta tarde lluviosa de lunes, y al menos durante un minuto, quiero dar gracias a esta tierra por haber llenado de vida mi vida. Sin Málaga, sin mis amigos malagueños, yo sería otro. Más infeliz. Incompleto.

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