Maneras de hablar

El Gobierno ha roto a hablar en nacionalista, y con qué facilidad le damos vueltas al "problema territorial" de España

Parece que la ministra de Hacienda, doña María Jesús Montero, encuentra poco tolerable sus actividades como consejera del ramo, de ahí el apercibimiento o la restricción que ha impuesto al Gobierno andaluz, a cuenta de sus antiguas labores en Torre Triana. Éste es un asunto enormemente misterioso (la mano ministril que acota y redirige la consejera mano) que daría, sin duda, para una larga serie de artículos de tono críptico y sobrecogido; pero metidos ya en investiduras, y paredaños casi a la Natividad, uno prefiere hablar del Gobierno, de cómo el Gobierno ha roto a hablar en nacionalista, y con qué facilidad le damos vueltas al "problema territorial" de España, como si España hubiera tenido algo así, después de la Marcha Verde.

No es posible incluir, a este respecto, el bochornoso episodio de Perejil, ("Al alba y con viento de Levante"...), que se hubiera solucionado estupendamente con una pareja de guardias civiles. El caso es que, según parece, tenemos un problema territorial, porque unos señores quieren independizar a sus vecinos. Lo cual es tan atinado como decir que tenemos un problema gastronómico cuando el señor Torra reivindica patrióticamente la ratafía (un licor de origen italiano, según nos recuerda el catalanísimo Nestor Luján), o que nos hallamos ante un colosal enigma histórico, parejo a la Piedra Rosetta, cuando el señor Bilbeni, don Jordi, dice que Colón y Santa Teresa y Da Vinci y Cervantes y cualquier otra luminaria que a usted se le ocurra, son, naturalmente, catalanes. Pues claro, ¿de dónde iban a ser, collons? Como se ve, el problema que España tiene es un problema de nacionalismo. De modo que las vindicaciones del Iparralde, el anschluss sobre Navarra, la Gran Cataluña de don Oriol Junqueras, etc, no son sino expresiones de una sed de totalidad, de esa casta ambición de trascendencia, que devora el alma del buen nacionalista.

Dicho en términos marxistas, el nacionalismo conservador de Ortúzar/Pujol y el nacionalismo izquierdista de Otegi/ Junqueras son el resultado político de un "rencor de clase", trufado de racismo, cuya finalidad última es orillar y extranjerizar a quienes no pertenecen al Pueblo Elegido. El proyecto de Estatuto vasco va, sin disimulo alguno, en ese sentido. Todo lo cual se proyecta, como sabemos, en un territorio. Pero también en la gastronomía, la papiroflexia y los honestos cardados de la señora Paluzie. Se trata, en cualquier caso, de un territorio simbólico, exterior, y por completo hostil, a la democracia.

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