Promete el Ayuntamiento "mano dura" con las empresas de patinetes y casi dan ganas de pedir otra ración de calamares. Aseguran los munícipes sentirse "descontentos y cabreados" por cómo ha evolucionado el asunto de la movilidad en Málaga en virtud de estos dispositivos y, bueno, sus razones tendrán. Lo que pasa es que el enfado no sirve para mucho más que para decir que se está enfadado, lo que tal vez deje tranquilo a buena parte de los contribuyentes, ah, sí, parece que han tomado nota, menos mal, pero tampoco invita a esperar mucho más. Lo que esperamos, de momento, es una ordenanza otoñal más restrictiva como respuesta a la dejadez que estas empresas han manifestado en lo relativo a su responsabilidad en el orden público, con lo que tenemos un nuevo ejemplo de este deporte tan malagueño llamado empezar la casa por el tejado. Y es que resulta inevitable preguntarse por qué no hemos tenido desde el principio una normativa que impida la proliferación de patinetes varados en las acercas y que cierre el paso al centro, de manera efectiva, con el sistema más apropiado y definitivo, a estos vehículos. Lo que ha habido, en cambio, ha sido una mera declaración de intenciones, laxa y sin las actuaciones mínimas, que ha permitido que dejar el patinete en cualquier parte, circular a la velocidad que a cada cual le venga en gana por las aceras y hacer gala de las conductas menos apropiadas cuando se circula con un artilugio motorizado no sólo no comporte sanciones sino que salga a devolver. Ahora, todas estas amenazas a las empresas, las llamadas a la mano dura, los enfados y los pataleos no sólo son contraproducentes sino que dejan a Málaga en una posición ridícula, en el papel de cornudos y apaleados. Habría sido tan fácil como exponer a las empresas interesadas en traer el negocio del patinete a Málaga la premisa por la que los derechos de los viandantes, en ejercicio de su movilidad, quedan garantizados por encima del derecho al patinete como capricho de una tarde. Aunque no es difícil sospechar que los criterios tenidos en cuenta fueron otros, más próximos a la oportunidad de rentabilidad. Y tanto.

El problema, claro, no son los patinetes. El problema es no ver que cuando cabe la posibilidad de que los patinetes queden anclados en medio de la acera, obstaculizando el acceso de los vecinos a sus casas o poniéndoselo difícil a las personas con movilidad reducida, por no hablar de la siempre desagradable opción de un atropello sencillamente porque alguien se cree con derecho a hacer el fitipaldi, todo esto se va a dar; o, lo que es peor, aceptar que lo que puede salir mal va a salir mal pero darlo por bueno con tal de aprovechar una nueva fuente de ingresos. Lo cierto es que, con mil quinientos patinetes campando a sus anchas, va a ser difícil poner coto a los comportamientos incívicos mediante una mera apelación a la responsabilidad de las empresas, porque todo esto, insisto, tenía que haberse resuelto mucho antes. Pero si cuando nos preguntan qué modelo de ciudad queremos para Málaga respondemos "el que más recaude", pasa lo que pasa. La diferencia está en tenerlo claro. O no tenerlo en absoluto.

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