por montera

Mariló Montero

¿Dónde está Marta?

HAY días en que se me antoja milagroso mantener el equilibrio que se nos exige entre la razón y el corazón. Hoy, por ejemplo. Escribo esta columna con la prisa a la que obliga el periodismo, la noticia caliente, pero que tanto desaconseja la reflexión. Usted ya conoce la sentencia en el juicio por la muerte de Marta del Castillo. Miguel Carcaño ha sido condenado a veinte años de prisión por asesinato; los otros acusados han quedado absueltos. ¿Dónde está Marta?

Al conocerse la sentencia, escuchamos las palabras de José Antonio Casanueva, el abuelo de la joven. Yo las escuché mientras se desarrollaba nuestra tertulia de cada mañana en La 1, acompañada por José Manuel González Huesa, por Fernando Ónega y por el doctor Teodoro González Ballesteros. A Casanueva le brotó el corazón por la boca cuando le comunicaron el fallo. Nadie puede exigirle nada a este hombre, que lleva tres años horadando mapas de Sevilla y alrededores, buscando a su nieta; es más: buscando el cadáver de su nieta. ¿Cómo no va a derrumbarse? Siente que los acusados se han burlado de él, de su familia, pero también de los jueces. ¿Dónde está Marta?

El profesor González Ballesteros, docto en leyes y sentido común, nos ayudó a aferrarnos a la razón, en esos momentos en los que el cuerpo te pide dejarte llevar por el torrente del corazón furioso. Y nos recordó la diferencia que existe entre lo real, lo ocurrido, y el hecho jurídico. Las leyes, las nuestras, de las que nos hemos dotado, han llegado hasta aquí, y han condenado a Carcaño basándose en unas normas que rigen para todos. Y aun así, ¿nota usted ese pellizco en el estómago, el que siente ahora mismo, el que le dice que algo falla? Quedan preguntas urgentes en el aire: ¿por qué la justicia no cuenta con los instrumentos necesarios para conseguir que el culpable de un asesinato diga dónde arrojó el cadáver de la víctima? ¿Cuáles son esos instrumentos? Y la pregunta más importante, que contiene a las demás: ¿dónde está Marta?

Acudimos a los romanos: la justicia, o es rápida, o no es justicia. Y nos preguntamos qué pasó en estos tres años. Búsquedas. Mentiras. Contradicciones. Tortura lacerante para la familia. Catón, al que llamaron sabio y El Viejo, para diferenciarlo de su bisnieto, se hizo famoso por terminar todos sus discursos con una obsesión. Él, partidario de la guerra de Roma contra Cartago, siempre remataba sus parlamentos exigiendo que Cartago fuera destruida.

Delenda est Carthago, según algunas versiones. Emulándolo, a mí me sale del corazón, pero también de mi parte más racional, acabar todos los párrafos repitiendo la idea, pues no hay otra más principal desde hace tres años, ni aun ahora: ¿dónde está Marta?

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