El día 10 de noviembre no será la fiesta de la democracia, sino el fracaso de un modelo constitucional para la elección de presidente. Pero aun así es mejor esperar a noviembre a padecer un Gobierno manejado por Pablo Iglesias y a la suerte de los independentistas. Iglesias se ha aficionado a las ofertas del sombrajo de carretera: dos melones a un euro, que se los llevan todos, oiga. A la desesperada, ha propuesto una coalición con reválida al año; es justo lo que deseaba en el mes de julio, y así se lo comentó a varios periodistas, un Gobierno conjunto hasta 2020 y, después, elecciones. Iglesias está ya desmontado, es incapaz de asumir un compromiso, nunca ha conocido el significado de la palabra responsabilidad y concibe el ser de izquierdas con una propuesta estética. Pero es que, además, Unidas Podemos no suma, se necesitaría a ERC. Muchos españoles abrazarían un Gobierno de centroizquierda, con Pedro Sánchez de presidente y Albert Rivera, como vicepresidente, pero el chico daltónico ha recuperado la peor vista hispana, ya sólo ve en rojo o en azul. ¿Quién pudiera hacerle entrar en razón para que comprendiese que el fin de la política no es ganar, sino gobernar? Pablo Casado, el más sensato de las derechas, podía facilitarle este paso, abstenerse y dejar investir a Sánchez con el apoyo de Ciudadanos. Y no ocurrirá.

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