Cambio de sentido

Metaverso

Vemos los posibles efectos nocivos de esta 'nueva cultura' como un mal menor, no como un cambio antropológico

Deformación profesional: fue escuchar metaverso e imaginarme un verso que hablara de versos, tipo "Hete aquí un verso con ocho" (que es un octosílabo), o "Placer y endecasílabos, si heroicos…" (que es un endecasílabo heroico). Pero no, el metaverso, por lo visto, es el entorno digital que nos va a envolver de aquí a nada, y ya nos lo están avisando, para que no nos asustemos cuando, como fantasmas, los jefes atraviesen la pantalla y empiecen a rondar por la casa, o nosotros mismos podamos acompañar en un velatorio sin necesidad de ir a abrazar físicamente el dolor de los dolientes. "Esto ya lo hacemos móviles a través -me rechistarán- y está lleno de ventajas, a ver si no cómo has trabajado o has visto crecer a tu sobrino durante la pandemia. Ahora todo ello será a lo grande". Puesta a elegir, y dada la euforia integrada con la que hemos acogido la llamada nueva cultura, prefiero, como diría Umberto Eco, tener activado el modo apocalíptico.

Porque nos pintan el escenario futuro del metaverso como algo tan bonito e inminente, que aprieta la necesidad de detenernos a pensar si queremos entrar (cada cual, y nuestras hijas e hijos) en ese mundo, o preferimos seguir en éste en el que las cosas pesan y el movimiento o la presencia aún no son del todo una cosa figurada. La mala noticia es que no nos van a dar opción; vamos a dar, incluso encantados de la vida, este pasito más a la virtualidad y la hiperconexión. Así ha sucedido con lo que llevamos de itinerario de digitalización y convergencia tecnológica. Aceptamos sus efectos nocivos como un simple mal menor, no como un cambio cultural y antropológico. Que los chaveas pidan para Reyes una poltrona de gamer en vez de una motillo es un salto evolutivo, pero no sé hacia dónde. Los efectos psicológicos nocivos de andar los y las adolescentes a todas horas mirándose en el espejo, espejito de Instagram ya están sobre la mesa. A quién no hace trizas renegar de sí, aspirar a ser otra. No hay soledad más grande.

Ya saben que Zuckerberg -que tiene toda la cara de ser su propio avatar- ha anunciado que Facebook desde ya se llama Meta, y que va a por todas en esto del universo virtual e interconectado. Ahí podremos, a escala real, currar, ir de romería, corretear por el prado y, por supuesto, seguir comprando. Esto no confunde sueño y razón, que son cosas que ya andan juntas y nos fundamentan como humanos. Sencillamente nos obliga a situarnos en un mundo feliz que más nos vale mirar de reojo.

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