DE acuerdo, Zapatero la ha pifiado a base de bien con la crisis económica. Cansó a Solbes con su populismo fiscal y sus improvisaciones electoralistas, tardó en reconocer el tamaño del tsunami, regaló casi sin condiciones miles de millones de euros a la banca, que sin embargo no abrió el grifo del crédito a las empresas. En su optimismo patológico, el presidente del Gobierno no ha ejercido como tal, y ha sido incapaz de tomar las medidas impopulares que son necesarias.

Pero resulta absurdo, casi estúpido, culpar al líder socialista del origen de la recesión. Bien harían los populares en revisar sus ocho años de gobierno, en los que inflaron la burbuja inmobiliaria. Y mejor haríamos en mirar nuestros propios comportamientos, la escasa exigencia como consumidores a veces bulímicos.

Casi todos los días compro una botella de agua mineral antes de subir a la oficina. No soy un fan de la desaladora del Atabal, qué le vamos a hacer. Me cobran sesenta céntimos en un ultramarinos del centro. Sin ninguna señal de arrepentimiento, el Martes Santo me pidieron allí un euro por la misma botella. No ha habido una escasez repentina, se han incrementado los costes o un accidente nuclear ha contaminado las aguas de medio planeta. La razón para esa subida del 67% es simplemente que estamos en Semana Santa. Lo mismo ocurre en gran parte de los negocios de hostelería, y en esa arbitrariedad de los precios radica la semilla del mal que sufrimos ahora. Estuvimos dispuestos a pagar lo que nos pidieran por una casa que un año antes costaba la mitad, aunque valía lo mismo. Y el banco a que nos endeudáramos. Nos pareció barato un coche por 30.000 euros que ahora lo venden por 21.000, o pagar 50 euros por una comida, cuando hablando en pesetas nos habría resultado un disparate soltar 8.400 pesetas por un almuerzo. Ya no compro más allí. Ése va a ser a partir de ahora mi concepto de la ley de la oferta y la demanda.

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