HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Mil millones de árboles

LA división de Medio Ambiente de la ONU promueve la campaña A limpiar el mundo. Los 35 millones de voluntarios de 120 naciones que colaboran en ella no deben ser muchos o están muy desperdigados, porque, fuera de amplias zonas en los países ricos, y aun en éstos, el planeta es el gran basurero terrenal. Y va a peor. No habrá que añadir que en los países pobres y muy pobres viven y comen de la basura millones de seres humanos. Se ha dicho en muchas ocasiones que la humanidad, como conjunto, se acerca al abismo todo lo que puede, pero en el momento en que se da cuenta de que no puede avanzar más sin estrellarse rectifica y busca otra manera de sobrevivir. Los que caen por el precipicio son individualidades, mientras la humanidad, acaso malherida, sobrevive. No sé si la buena fe de los barrenderos voluntarios podrá ir más allá de hacer exposiciones, dar charlas y limpiar los alrededores de sus casas.

Dentro de la campaña de limpieza del mundo hay otra más atractiva: Campaña de los mil millones de árboles. Alegra más la vista un paisaje boscoso o de tierras civilizadas por el cultivo, con árboles de fruto o de sombra, que los secos pedregales donde alacranes y culebras tienen su habitación. No es la primera vez que el hombre desforesta el mundo. Con el descubrimiento de la agricultura, y todavía en un planeta vacío, los grupos humanos talaban, labraban someramente y sembraban cereales, dejaban secar la leña y la quemaban para que sirviera de abono. Pero la tierra se agotaba en unos pocos años y el grupo emigraba para seguir talando, quemando y sembrando. Sin árboles que amortiguaran la lluvia ni raíces que la contuvieran, las capas fértiles de la tierra eran arrastradas por las aguas. La caza que vivía en los bosques mermó o se extinguió. Grandes bosques y especies de árboles desaparecieron en la Prehistoria.

Dondequiera que llegó el hombre esquilmó terrenos, bosques y animales de caza. Sólo se detuvo ante el desierto, los hielos del norte y el océano. Viéndose empobrecido, recurrió a la guerra y a la antropofagia. Aprendió a almacenar comida, inventó herramientas nuevas, se organizó en sociedades complejas y sobrevivió. La fortuna del olivo y la vid la hizo la deforestación. Aprendió a regar y aprovechó el limo de los grandes ríos y, en fin, encontró formas de restaurar el desastre. Escribo todo esto para hacer ver que la civilización y los buenos cultivos han sido en cualquier época protectores de una tierra destrozada por el hombre primitivo antiguo y moderno. La deforestación no es una novedad de nuestro tiempo, como no lo es el cambio climático. Todo ha ocurrido en el pasado otra vez. Plantar mil millones de árboles es una idea tomada de los reyes medievales, o de la propia naturaleza, que hacía prosperar especies nuevas allí donde se había talado y rozado sin orden.

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