Ministros en procesión

Si un político quiere mostrar su apego a la religión está en su derecho y tanto más leal será con sus votantes si no lo oculta

La presencia de hasta cuatro ministros del Gobierno durante el traslado del Cristo de Mena a su paso procesional el pasado Jueves Santo en Málaga entonando fervorosos el himno de la Legión ha reabierto la vieja polémica sobre la presencia institucional en las celebraciones religiosas y la injerencia en la separación entre la Iglesia y el Estado, llegando algunos adictos a lo laico (como pasa con los capillitas, aquí también los hay jartibles tela) a temer por el derrumbe de la sacrosanta aconfesionalidad constitucional y la vuelta con toda su marcial parafernalia del nacionalcatolicismo.

Vaya por delante que me parece un exceso tan nutrida presencia ministerial y nunca he sido demasiado aficionado a la presencia destacada de políticos figuroneando al paso de las cofradías, ya sea en Málaga como en Sevilla, y ejemplos de casi todos los colores los tenemos bien presentes. El miércoles anterior, sin ir más lejos, fue la presidenta de la Junta la que, en el ejercicio de su cargo, acudió a otra popular cofradía malagueña para hacerse la foto. Cosas de la religiosidad popular y su indestructible poder de convocatoria para gentes de las más variadas ideologías.

Si un político relevante quiere mostrar su apego a la práctica religiosa y a las tradiciones está en su perfecto derecho y no seré yo quien lo critique, y tanto más leal será con sus votantes si además no lo oculta. Pero mejor hacerlo en privado, como uno más, que hacer ostentación de fe cuando se está allí solamente en función del cargo. Como nos indica la imagen del impresionante gentío a su alrededor, al menos hasta hoy la procesión del Cristo de la Muerte a hombros de los legionarios tiene un arraigo en el pueblo a prueba de laicistas de manual. Y precisamente por ello, están de más las banderas a media asta, los golpes de pecho y hasta las medallas prestadas.

Cuando en España se despertaba a la Democracia, uno de los mayores interrogantes era el futuro de las manifestaciones religiosas populares en el seno de un nuevo y desconocido marco de Estado aconfesional. Y si hoy, afortunadamente, aquella duda ha quedado más que despejada a nuestro favor, en gran parte ha sido por la exquisita relación de colaboración y respeto entre el poder civil y el religioso. Sigamos en esa línea, y no demos argumentos a los pocos que querrían verla como un recuerdo lejano más de nuestra milenaria historia.

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