Mirar al cielo. 2. Poesía

Físicos de altísimo prestigio vienen señalando que nuestro universo no sea tal vez sino uno entre muchos

Vuelta ya la Luna a su despejado camino propio, a la prosa de la vida, que dice un personaje de Agua, azucarillos y aguardiente, después de haber quedado a oscuras y sin saber a dónde dirigirse (de tanto interés popular), hemos de estar muy atentos para aclarar lo más posible qué significa y qué representa este embrollo en sí mismo y en relación a nosotros, a los terrestres. Porque ese cielo (que ni es cielo ni es azul y en el que algunos dicen que hay mucha gente mientras otros, más pesimistas, apoyados en el grado de corrupción a que hemos llegado, lo dudan) no es sino un caparazón que nos sirve de pantalla, de parachoques, además de aportarnos muchas otras utilidades. Entre ellas, valga la expresión, servir de trampolín al complejo mundo del Universo infinito en el espacio y en el tiempo que es nuestra casa.

Y puestos a rizar el rizo hay que recordar que físicos de altísimo prestigio vienen señalando que nuestro universo no sea tal vez sino uno entre muchos, quizá de infinito número. El multiverso es la solución para una increíble variedad de enigmas de la física, dice Javier Sampedro, una opción de la que, asegura, no hay de momento pruebas objetivas suficientes, pero va abriéndose camino a pasos agigantados.

El asunto está en la dificultad intrínseca para nuestra limitada mente de fijar los márgenes de espacio y tiempo, que se alejan en horizontes cada vez más lejanos, nos cuenta en un precioso libro (Universo sin fin) Cayetano López. Es lo de la larga paradoja de los movimientos aparentes para entender y explicar los reales. O, siguiendo a san Agustín, la grave dificultad de entender un comienzo del tiempo defendiendo a Dios de la acusación de haber actuado por un impulso aleatorio, es decir, pasar del calendario de nuestros rincones privados y rutinarios de vida a unas dimensiones de infinitos, una palabra que hemos inventado para significar que algo nos excede conceptualmente. La pulla peligrosa estaría en sustituir los calendarios al uso por otros de valor cósmico. Sería preguntarnos qué nos va a pasar cuando dentro de cinco mil millones de años se nos apague el Sol. O cuando colisionemos con Andrómeda. (Ah, entonces ¿qué?). Echarnos en manos no ya de los poetas sino de los astrónomos, (la profesión imprescindible, de los que son y aspiran), que conducirán nuestro deambular por los espacios y los tiempos infinitos. Que es nuestro futuro cierto.

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