Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Mirar los ojos de los niños

Putin utiliza las miradas aterradas de los niños que huyen de la guerra, como otro medio de amedrantar

Mientras haya guerras las miradas de las víctimas infantiles no me dejan pensar en otras cosas, ni siquiera en los altos precios que pagaremos los que nada tenemos que ver con esos horrores. En otras calamidades comentadas en mi larga vida profesional, he utilizado la expresión 'La matanza de los inocentes', porque los iniciadores de una guerra tienen en ellos un arma más para sembrar el terror en los pueblos que masacran, en el largo catálogo de criminales energúmenos. No ya es repugnante que Vladímir Putin, en su invasión de Ucrania, haya fijado, entre los objetivos estratégicos, a escuelas, hospitales y otros centros donde pueda producirse más víctimas pequeñas, sino que se disfrute, como signo de victoria, del éxodo de los pequeños que han sobrevivido a los bombardeos contra civiles y sus miradas aterradas o llenas de incomprensión por tener que abandonar sus hogares, familiares, amigos porque un Herodes de turno ha dado orden de exterminarlos, a ser posible con sus padres incluidos. No le temblaban los corazones a los jerarcas nazis y sus esbirros empujar a niños judíos a los hornos crematorios.

Es verdad que los niños que huyen de la tragedia humanitaria provocada por Putin en Ucrania están, al menos, más abrigados que los huidos de Siria, por ejemplo, y hasta han podido llevarse con ellos a sus únicos compañeros de toda su corta vida, sus peluches. Pero ¿cuántos hermanos y amigos han muerto bajo las bombas rusas, que parece, como hemos visto en algún reportaje, que le incita carteles advirtiendo que en esos refugios improvisados hay muchos niños? Quizá por ser europeos, blancos y pertenecientes a civilizaciones afines haya permitido que, al menos, Europa muestre en esta crisis humanitaria un grado mayor de solidaridad que en otras cercanas -en clara discriminación-, abriendo fronteras, acogiendo a esos niños y sus madres que huyen del sanguinario invasor, bajo cuya pezuña no crecerá más la yerba, como decían del caballo de Atila.

Es cómico que un centenar de brujas se hayan unido para practicar hechizos encaminados hacia la victoria de las tropas del Putin que tanto se santigua, jóvenes que también mueren en esos combates que el sátrapa ruso ha provocado, de los que sus madres ni siquiera son informadas y, en el mejor de los casos, sólo reciben la escueta información: Muerto en combate. Ya sabemos de la inutilidad de pedirle a Putin que, por favor, antes de poner en marcha los caballos de la Apocalipsis mire a la cara a un niño o una niña, cruce su mirada con la de él o ella y conviértase en un ser humano, aunque a veces eso sea lo más peligroso, porque las guerras no la hacen los animales, sino los hombres.

Es más importante esta tragedia que el precio de la luz o el de la cesta de la compra.

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