El «Open arms» quiere doblar el brazo a los países europeos. Se trata más de un chantaje emocional que de otra cosa. Desde luego, un rescate no ha sido porque tendrían que haber dejado a los náufragos en el puerto más cercano, además de que hay sospechas inquietantes (muy aquietadas en los medios) de connivencia de ciertas ONGs con las mafias ciertas que trafican con personas.

Lo escribo aunque no es políticamente correcto y compadeciendo a unos emigrantes que se pueden haber visto atrapados en una red de demagogia e intereses extraños. Pero el silencio de los Estados europeos sólo se explica porque asumen que, en efecto, están ante un chantaje. ¿O no resulta extraña tanta reticencia unánime cuando hay gobiernos europeos de todos los colores, e incluso algunos, como el nuestro, que ya se hicieron sus fotos recibiendo con los brazos abiertos al «Aquarius».

¿Se ha ennegrecido el corazón de Sánchez? Diría yo que no ha cambiado ni para mal ni para bien, sino que se ha dado cuenta de la trampa sucesiva e interminable que implica abrir las fronteras de esta forma forzadamente fotogénica. Es una especie de mise en abyme, ya saben, ese procedimiento visual o narrativo que consiste en reproducir la misma historia dentro de la historia o una imagen idéntica dentro de la imagen de modo que se crea un juego de espejos infinito, inacabable. El efecto llamada es un caso de manual, pero también la apelación a los buenos sentimientos de los occidentales, con el añadido de que parar de acoger alguna vez parecería una brusca interrupción discriminatoria para los que se quedan fuera en contra de los precedentes.

Sin embargo, es la única solución para los chantajes emocionales y políticos, para la mise en abyme, para los círculos viciosos y para los nudos gordianos: el corte tajante. Si se deja entrar a los 121 del «Open arms», mañana serán 1121, con el añadido de que habremos incrementado sus esperanzas y debilitado nuestros argumentos y nuestras instituciones.

Estamos ante un problema de difícil solución, pero de fácil complicación. Con el añadido de que las soberanías compartidas de la Unión Europea animan a la inacción. La estrategia es esperar que la opinión pública de los países vecinos termine obligando a un gobierno (¡a otro!) a ceder y, mientras tanto, afearse unos a otros la firmeza que todos saben que necesitamos. Aquí, más que en ningún otro asunto, se requiere unidad.

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