Misión imposible

En los últimos 10 años, el número de sillas del recorrido ha pasado de 15.000 a 24.000

Parecía que la Semana Santa malagueña no se creía el principio que sostiene que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo sitio al mismo tiempo. En los últimos 10 años, el número de sillas que ocupan los 870 metros del recorrido oficial ha crecido desde las 15.000 localidades hasta casi 24.000, 6.000 menos que la Rosaleda. Una satisfacción para todos los ciudadanos que cada año descubríamos que la barrera que forman en la Alameda, no solo podía hacer más difícil el paso, sino también la propia mirada. Una alegría para Protección Civil y la Policía Local, encargadas de la seguridad. Pero fútbol es fútbol y las celebraciones religiosas de más de 20.000 asistente se quedaron huérfanas de normativa en 2007 porque no había manera de cumplirla.

Meter 30.000 espectadores en la Bombonera exige que el recinto cumpla unas condiciones de seguridad precisas. No hace falta que estemos en alerta 4, las tragedias que de vez en cuando empañan las celebraciones deportivas se encargan de recordárnoslo. Los espacios de evacuación se dimensionan conforme a una formulación concreta, el aforo está calculado y nadie amplía por las bravas el número de asientos de un año para otro. Pero es obvio que, si confías en Cristos y Vírgenes para evitar la tragedia, te arriesgas a que te pase como a España en el Mundial. Y eso que el tiempo que se usa el campo en una temporada habitual del Málaga (sin más competición que la Liga) es poco más de la mitad del que echan los tronos en la calle esa semana. Ambos tipos de eventos reclaman que su organización sea fruto de una reflexión técnica que, a falta de normas de referencias, aplique otras por analogía. De un mínimo de orden que límite los milagros a las promesas de los tronos. De espacio suficiente para que a cada silla le toquen más de 38 centímetros y de unos pasos suficiente amplios como para que no se formen tapones y unas sillas de ruedas puedan cruzar el cortejo.

Una misión tan sencilla como variar el recorrido oficial para que haya más espacio, se mantenga el número de asientos y se comparta la ciudad con el resto de ciudadanos. Pero tan imposible hasta hace unos días que el propio Tom Cruise cambió el guion de su última película y prefirió saltar desde un avión a 7.600 metros de altitud para no enfrentarse a ella. Y es que lo más difícil de este mundo no es hacer cosas nuevas, sino dejar de hacer lo que siempre se ha hecho así. Eso sí que es un milagro.

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