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José Asenjo / Jasenjo@malagahoy.es

Modernizar

EL verbo modernizar es de los más conjugados en las campañas electorales y el aumento del gasto en I+D+i es la usual llave programática para abrir las puertas del futuro. Apostar por la investigación, para el desarrollo del tejido productivo y mejorar la competitividad de nuestra economía es una condición evidentemente necesaria, pero no insuficiente si paralelamente no introducimos los necesarios procesos de innovación en el aparato administrativo, institucional y político. Lo cierto es que en esta España que, como pronosticó A. Guerra, no la reconoce ni la madre que la parió, la sociedad civil ha ido muy por delante de su burocracia que sigue sin perder su peculiar aire decimonónico y galdosiano. En ella ha encallado de forma reiterada la tímida voluntad reformadora de los partidos gobernantes. Pues el hecho es que estos últimos, en lugar de acometer los cambios necesarios, han acabado contagiándose de viejos vicios heredados: la apropiación de lo público en beneficio partidario, la confusión entre partidos e instituciones, el clientelismo, el desmesurado abuso del gasto público para propaganda, etc. Viejos males enquistados en nuestro sistema político que obstaculizan el desarrollo democrático y la modernización del país.

El debate electoral se polariza en cuestiones, como la economía, que cada día dependen más de circunstancias externas que de decisiones de los gobiernos, mientras que se obvian aquellas otras que sólo están sujetas a la voluntad de los actores políticos. Si la economía, por estar tocada del ala, tiene un merecido protagonismo electoral, no habría que olvidar que la democracia, tal y como las cosas han evolucionado en estos últimos años, tampoco tiene buena pinta. La crisis que viven órganos vitales del sistema, como el Constitucional o el CGPJ, sobre las que extienden fundadas dudas sobre dudas su independencia, o la escasa autonomía de los organismos reguladores; las eternamente pendientes reformas del sistema electoral y del Senado, el funcionamiento de los partidos y su insaciable asedio a la sociedad civil -especialmente el abusivo control partidario de los medios de comunicación públicos y privados- etc. son males políticos causantes de algunas de las peores enfermedades sociales.

Los programas de los partidos suelen contar con propuestas de regeneración democrática que, pasadas las elecciones, quedan en papel mojado. Las vicisitudes que han impedido modificar el reglamente del Congreso, denunciadas con amargura por su presidente Manuel Marín, pone de manifiesto la mínima voluntad reformista de los partidos mayoritarios, únicos beneficiarios de esta situación. Se trata pues de un mal generalizado sobre el que nadie, a pesar de las frecuentes lapidaciones, está legitimado para lanzar la primera piedra. Por ello, más que elevar el tono de la campaña con mutuas acusaciones sobre pecados de esta naturaleza, lo que hace falta es una verdadera voluntad modernizadora de nuestro sistema político.

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