Morir en París

La industria norteamericana, dada su trascendencia, se esta revolviendo contra estas barrabasadas

Decía Oscar Wilde que "los mejores norteamericanos mueren en París". Esta frase premonitoria puede haber sido el principio del fin del actual inquilino de la Casa Blanca, después de ordenar la salida de su país del Tratado de París. Sin duda un error histórico, de consecuencias imprevisibles tanto para los EEUU como para el resto del mundo, pero de inmediato ninguneo internacional para el propio Donald Trump. Cuando alguien llega a la política, pretendiendo liderar los designios de los ciudadanos, siempre se le presupone el deseo de querer mejorar lo que encontró. Transformar la sociedad requiere de acciones medioambientales que busquen la sostenibilidad del planeta a través de la mejora de nuestro entorno. Y el principal objetivo del Tratado de París es precisamente éste, el que cada país defina sus compromisos de descontaminación progresiva para lograr el reequilibrio con la naturaleza. De ahí que dicho tratado fuera avalado contundentemente por todas las naciones, a excepción de Siria y Nicaragua. Parece mentira que, a estas alturas de la historia, los aliados en este despropósito del presidente norteamericano sean Bashar al-Ásad y Daniel Ortega, que no se caracterizan precisamente por su cariño a los EEUU.

La diferencia entre una nación grande y una gran nación está en la capacidad de sus líderes para convencer al resto de la humanidad. Si en el pasado se trataba de vencer al contrario a través del poderío militar, hoy las bravuconadas no suelen generar adhesiones, como acabamos de observar en la decisión de Trump. Ver que sus actos refuerzan las alianzas entre China y Europa, entre Japón y Rusia e incluso entre Canadá y Reino Unido, debiera de preocuparle ya que deja en un estado de aislamiento generalizado a su país. Como ya le ha indicado su propio asesor económico, Gary Cohn, el eslogan de campaña de "Estados Unidos primero" no puede quedarse en "Estados Unidos solo".

La propia industria norteamericana, dada su trascendencia, se esta revolviendo contra estas barrabasadas ante la posibilidad de un boicot internacional a sus productos. Pero antes de la salida de los EEUU, el propio Tratado de París obliga a un mínimo de tres años de continuación. Este tiempo coincide casualmente con la siguiente elección presidencial norteamericana y quizás sirva para evaluar con más amplitud los efectos de estas decisiones precipitadas y siempre paradójicas.

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