Cenacheriland

Ignacio del Valle

Muertos en la cajonera

Hasta siempre covachuela galdosiana. Adiós despacho. Me he enrolado en un caracolworking de esos, donde se va con la oficina en la mochila. Ay de ti poltrona conquistada, mesa de escribanía y privativa cajonera. Porque uno se puede mudar de oficina pero siempre le acompañará el espectro psicópata de la cajonera ¿Qué debe de ameritar un objeto para colarse en un cajón de oficina? En primer lugar ser tornillo. Guardamos tirafondos con la raya al medio. Clips, grapadoras rotas, bolígrafos pintones de tinta seca, pinchos USB oxidados almacenado recónditos proyectos.

Chinchetas, gomas de borrar, chequeras de logos fusionados y rescatados. Juegos de llaves que no abren ninguna puerta. Un calendario de 2006. Surtido de blisters con medicamentos caducados. Ya sea de Ikea o Wallapuff en toda mesa auxiliar de cerradura hay un capítulo de aseo. Esponja para bruñir zapatos, par de calcetines, pañuelos de grima. Mención honorífica para la maraña de cables y cargadores tan atesorados como inservibles. Imprescindible la agenda de cuero repleta de números de teléfono dados de baja ya.

En esta la limpieza de cajonera de abril se pueden descubrir fosas comunes, un tarjetero testigo de la criba étnico-empresarial. A falta de billetes, siempre un fajo de tarjetas de visita. Cartulinas impresas con tintas especiales y rimbombantes títulos. Verjurados gran reserva que amarillean. Abundan las denominaciones bárbaras y en inglés. Estas tarjetas de presentación impresas al tóner desteñido. Según el cargo del nota en español o posturero inglés se puede datar el estrato arqueológico del sujeto. Lo peor es que entre tanta seña de gente, hay nombres que evocan ruina, cierre y muerte. Los apellidos de compañeros, clientes o amigos que te entregaron su tarjeta en mano con un llámame.

Todos esquela funeraria por la vía rápida, accidente de auto o fulminante cáncer. Discúlpeme por cortarle el rollo de primavera: nacer, crecer, reproducirse, tributar... Y siempre amar porque el día menos pensado abonamos lágrimas y flores secas como las que me encontré entre las páginas de una libreta de tapa dura y sin usar. En la dichosa cajonera.

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