Siempre he defendido que la mujer no necesita un 8 de marzo, que todos los días del año deberían rendirle pleitesía y reivindicación. Pero, oiga, es que se nos está quedando una sociedad tan ruinosa que van a faltar días para recordarle al mundo quién es. Trabajadora, madre, inteligente, deportista, luchadora. Qué carajo, el calendario es entero de ella, y 365 homenajes pocos son.

Porque la mujer es todo lo que se propone ser y lo que la testosterona pretende negarle. Y la más fuerte, aunque sea la más golpeada, porque tiene que escalar murallas más grandes. Y tan delicada que tiene que convertirse en piedra para que el mundo no la parta en mil pedazos. Pero la mujer solo se parte cuando su cuerpo se rompe por dentro para seguir regando la vida. Para ser la madre de todas las madres y la dueña del llanto de todos sus hijos. Chillando, empujando con todo su ser para que su descendiente sepa desde el primer recuerdo quién impulsa el mundo. La mujer no vino de la costilla de Adán, fue Adán el que tuvo casa, comida y cariño durmiendo nueve meses en su vientre.

La mujer trabajadora lo es aun sin empleo. Porque con o sin trabajo es una malabarista doméstica. Domadora del tiempo, equilibrista de horarios, logista sin tregua. La mujer no necesita subirse a unos tacones para sentirse más grande en su trabajo. Ni hacerlos sonar a ritmo acelerado para ocultar bajo ellos el miedo a volver sola a casa. El mundo no necesita más mujeres maquilladas, sino menos hombres con careta. La mujer no quiere hadas madrinas, sino menos cenicientas.

La mujer no necesita que le cedan el asiento en el autobús, sino las mismas oportunidades que un hombre para conducir un autobús. Ni que le dejen pasar primera, sino entrar por las puertas con los mismos derechos que los hombres. No necesita oír tantos piropos y sí más las gracias.

Y, pese a ello, la mujer brilla bajo la fálica sombra del mundo. Con una sonrisa que no necesita miradas que la desnuden. Una mujer no es su ropa ni una princesa, la mujer es Wonder Woman aun vestida de chándal. Es violada, asesinada, maltratada y vejada. Pero no cede en la batalla. Resulta tan poderosa que le da para luchar contra hombres arcaicos y mujeres enemigas en casa. Porque también tiene que luchar contra su versión más oscura, la de la mujer que va agujereando el saco en el que porta sus pequeñas conquistas ante el hombre.

Por eso, la mujer no necesita que le digamos esto un 8 de marzo, sino que la RAE apruebe ya la palabra mujería con la acepción de su semejante: cualidad buena y destacada de mujer, especialmente la entereza o el valor.

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