CUANDO la cultura se convierte fundamentalmente en reclamo electoral se corre el riesgo de desvirtuarla. Y, en Málaga, eso no está lejos de que pueda ocurrir. En general cualquier inversión pública en infraestructura cultural es bien recibida, tiene buena prensa y goza del aplauso de la mayoría de los ciudadanos. Y si a esta bondad de la actuación se le añaden unos hipotéticos y difícilmente comprobables efectos económicos, hemos encontrado la actuación perfecta. Pero incluso en este tipo de actuaciones es necesario mantener el equilibrio, la proporcionalidad y la racionalidad. Y esto sí parece que ya lo hemos perdido. Desde que se constató como un gran acierto la creación del Picasso y el CAC, nuestro Ayuntamiento creyó encontrar una veta inagotable de éxitos en la creación de museos por doquier y sobre cualquier materia. Así llegamos al ruinoso fiasco del museo de las gemas o al interminable enredo del edificio Astoria-Victoria. La fiebre museística ha llegado a tal nivel que primero se ha buscado el edificio o el solar y después a golpe de ocurrencia o casualidad se ha decidido su contenido.

Pero el problema es que los museos no son actuaciones mágicas, que no cuestan dinero ni pesan en los presupuestos. Todo lo contrario: normalmente son iniciáticas gravosas, a veces ruinosas y cuyo mantenimiento, no solo su construcción, requiere gran cantidad de recursos. Y en un ayuntamiento endeudado, con grandes limitaciones económicas y dificultad para mantener prestaciones de servicios, se deberían sopesar esas servidumbres económicas antes de lanzarse alegremente a su establecimiento. Pero no; bajo el principio de que 'siendo un museo, cueste lo que cueste', este ayuntamiento está dispuesto a aceptar modificaciones presupuestarias y aumento de los gastos de inversión sin pestañear. Y lo más grave de esta alocada carrera es que todo parece girar no en una planificada política cultural, sino en los efectos inmediatos de rentabilidad electoral mediante, eso sí, una medida y estudiada política de relumbrón. Porque la cuestión esencial de los nuevos museos que se tratan de instalar en Málaga no es ni su aceptación ni sus contenidos ni su coste. Aquí, la ridícula impresión que da el Ayuntamiento, la cuestión principal que parece perseguir, con prisas, tropiezos, precipitaciones e irregularidades es alcanzar con éxito el día más importante de este evento cultural: su inauguración previa a la campaña electoral. Y si eso se consigue el museo ha cumplido su función. Enhorabuena.

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