la tribuna

Marcos A. Paz Gutiérrez

Nacionalistas sucedáneos

EN una entrevista en una emisora de radio, el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, nos dice que España es mucho más que la suma de las diecisiete comunidades autónomas. Como obviedad, no está mal, puesto que es sabido que el todo es más que la suma de sus partes. Pero tampoco está de más que nos lo recuerden. Por cierto, al señor presidente se le olvidó que también forman parte de ese todo Ceuta y Melilla, ciudades autónomas. Y a mucha honra.

No está mal que nos lo recuerden porque desde hace años se ha cambiado de forma de actuar en ese trabajo de cohesionar. Nunca me ha molestado que cualquier partido nacionalista planteara sus pretensiones del modo en que lo hace. Ni aun siendo abiertamente separatista o independentista. Creen en ello y, por tanto, es razonable que lo consuman y lo ofrezcan. Sin embargo, lo que resulta incomprensible es que partidos que no creen en el todo lo determinen y condicionen, con la colaboración necesaria y la complicidad de los partidos que desde hace décadas gobiernan en España la vida en común de nuestro país.

En 2006, después de una agonía de varios años, el Partido Popular gana sus primeras elecciones generales. Realmente, la sorpresa fue que el Gobierno hubiera aguantado hasta entonces sin desplomarse. De aquella noche, quedó una frase repetida en la calle Génova como lo que parecía una nueva etapa en la forma de hacer la política nacional: "Pujol, enano, aprende castellano". Sin embargo, de ahí a "hablar catalán en la intimidad" hubo apenas días. Ni el primer exceso ni el posterior alarde eran necesarios.

En los últimos años, en los que el PSC ha gobernado en Cataluña, hemos visto que su política ha ido más allá de lo previsible en un partido federado en el PSOE. Un Estatuto que ha servido de base a otros en una reforma encubierta del modelo constitucional. Ahí están los estatutos valenciano, con la cláusula Camps, o el andaluz, reivindicando las competencias exclusivas sobre el Guadalquivir. Unos y otros aprenden rápido, aun a costa de violar la ley.

No extrañó que, en la legislatura anterior, el presidente del Gobierno vasco se presentase en el Congreso de los Diputados a ofrecer un acuerdo de libre asociación con el resto de España. Al fin y al cabo, es representante de un partido nacionalista, que en estos treinta años de vida democrática no se ha atrevido nunca a proponer sinceramente la independencia, pero no han dejado de amenazar con ella. Lo paradójico es que quien lo proponía era el representante del Estado en su Comunidad Autónoma, como lo son todos los presidentes autonómicos. Pero no pasó nada.

Y no pasó en este caso, como en otros aún menos graves, porque en España los dos partidos que tienen capacidad de formar gobierno, PSOE y PP, no han tenido la más mínima intención de velar por el interés común, sino la de aprovecharse de quienes más tienen que pedir y más pueden ofrecer, para su propio sostenimiento. En esta legislatura moribunda, el PSOE ha dejado más de una prueba de ello, pero quien de ello se ha quejado hasta ahora apunta ya maneras de que seguirá haciendo lo mismo. En Cataluña, el PP deja de lado su promesa de no pactar con CiU si se empeñaba en su política lingüística, por la que se persigue la erradicación de una de las lenguas oficiales de la Comunidad Autónoma y oficial en toda la nación. La deja de lado por si es necesario contar con CiU para un próximo gobierno en minoría en la Moncloa.

Ante una situación como esta, que no es nueva, lo que resulta del todo extraño es que haya aún quien se engañe. En la recién estrenada precampaña electoral ya nos están hablando del interés general, del bien de todo el país… Que los partidos habitualmente nacionalistas lo sean no es el problema. Lo realmente dramático es que se conviertan en su sucedáneo quienes se arrogan la defensa del todo cuando están en la oposición y mantengan la misma postura humillada cuando están en el Gobierno.

El nacionalismo, como actitud política, ha triunfado. Sin alejarnos mucho, hay grupos que defienden la separación de Andalucía en dos comunidades, una al este y otra al oeste. Yendo menos lejos, tenemos una plataforma que defiende la autonomía de la provincia de Málaga del resto de Andalucía. Y cuando surgen estas propuestas es porque, fundamentalmente, se ha comprobado que el amagar y no dar de los nacionalismos periféricos es la mejor de las políticas en España. Ya no nos preocupamos de quién gestiona, sino de dónde se gestiona. Si es en la propia comunidad, en la provincia, en la ciudad, y no digamos ya en el barrio o en la calle, entonces se entenderán los hechos diferenciales y todo irá mejor. Décadas hablando de hechos diferenciales, en lugar de realidades comunes.

Nuestro país se pregunta diariamente qué quiere ser de mayor. Somos un caso único en Europa. Allí, ya no nos miran con incredulidad, sino con la muesca que surge ante la estupidez manifiesta. Y ninguno de los dos partidos que podrán gobernar a partir del 20 de noviembre hará nada para solucionarlo.

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