Naciones

Hemos vivido en los 40 años de desarrollo constitucional en una permanente indefinición de conceptos

Es evidente que, en cualquier situación, proponer el mantenimiento del statu quo requiere escaso esfuerzo explicativo y poca capacidad imaginativa. En cambio, si se apunta a la necesidad de producir un cambio, los partidarios de mantener las cosas como están exigirán a los reformistas toda suerte de explicaciones, condiciones y concreciones antes de ni tan siquiera considerar la oferta. Esto es lo que está ocurriendo con la propuesta de Pedro Sánchez de reconocer el carácter plurinacional de España, que ha despertado una cadena no solo de críticas, que pueden ser normales, sino exigencias de especificaciónes y aclaraciones de todos los detalles que este proyecto en su desarrollo final exigiría. Incluso desde las propias filas socialistas, se está demandando puntualizaciones y detalles que solo al final de un proceso de diálogo y pacto sería razonable exigir.

Hemos vivido durante los 40 años de desarrollo constitucional en una permanente indefinición de conceptos sin que a nadie pareciera preocuparle mucho. Está por determinar, a estas alturas, cuáles son los elementos diferenciadores entre región y nacionalidad, cuales de la 17 comunidades autónomas pertenecen a un grupo o a otro y, en cualquier caso, quién es la autoridad que determina a qué grupo se adscribe cada una. Parece no ser relevante hasta el día de hoy que no se sepa a ciencia cierta realmente que diferencia hay entre nación y nacionalidad y que ni tan siquiera sepamos qué significa este último término, que en su día se consideró un hábil recurso lingüístico para salvar dificultades y enfrentamientos. Pero si se habla de nación, ahí sí, ahí toda concreción parece insuficiente.

Y lo lógico y normal es que cuando se hace una propuesta que nace con la vocación de ser consensuada, los detalles y especificaciones se dejen para esa necesaria negociación y acuerdo. Es más, lo mismo que ha pasado con el título VIII de la Constitución, será el desarrollo legislativo el que irá aportando los detalles que ahora mismo parecen imprescindibles. Para empezar, la decisión de cuántas naciones pueden incluirse en el Estado español no es una cifra mágica que deba ser la clave esencial de este proceso, sino que serán las propias comunidades autónomas las que, atendiendo a su identidad, conciencia de pertenencia o reconocimiento de hechos diferenciales sustantivos las que irán alineándose en uno u otro grupo sin que haya que temer que la irresponsabilidad sea el factor determinante en esta cuestión, porque hasta ahora no lo ha sido. Y no tiene por qué cambiar.

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