La ciudad y los días

Carlos Colón

Naranja amarga sobre mármol blanco

ESTABA la naranja justo en el centro del vestíbulo, perfectamente redonda, rebosante de juventud, estallante de jugos, aún latiendo en ella la vida que el naranjo le daba como si fuera una incruenta, pequeña cabeza recién cortada. Raro bodegón: la naranja perfecta sobre el mármol blanco. Tenía algo de misterioso que recordaba al huevo de avestruz que pende sobre la cabeza de María en la Virgen con el Niño, Santos y Federico de Montefeltro de Piero della Francesca, también conocida como La Madonna del huevo. Se ha escrito mucho sobre ese misterioso huevo de avestruz suspendido de una vieira que los más pragmáticos explican porque el avestruz figuraba en el escudo de armas de los Montefeltro; y los más imaginativos relacionan con el nacimiento de la Virgen, la perfección divina representada en una forma geométricamente perfecta, la fecundidad y otros significados esotéricos.

Todas estas cosas -y otras más importantes: la primavera llamando a la puerta, la impaciencia del azahar- las podía representar aquella modesta naranja que había caído, rebotado y rodado hasta quedarse el centro del zaguán de mármol blanco, componiendo un Piero della Francesca al que los azulejos daban un aire andaluz de bodegón místico de Zurbarán. Sus hermanas fugitivas se escondían junto al filo de los bordillos y bajo los coches; las más desafortunadas habían perecido en los adoquines, aplastadas por los coches, esparciendo un aroma amargo que perfumaba la calle, subía hasta los primeros pisos y llenaba el zaguán con un olor a jardín cerrado de convento en el que las naranjas maduran, sin que nadie las recoja, hasta caer sobre una tierra virgen y oscura con la que se fundirán pudriéndose despacio. Sus hermanas presas eran llevadas en sacos a los contenedores en los que también se tiraban las ramas cortadas o tronchadas que ya no aguardarán más primaveras.

Estos primeros días de luz en los que se siente temblar y agitarse la primavera bajo la tierra como un niño que se moviera en el seno materno, en todas las ciudades andaluzas que gozan del privilegio de los naranjos se está desbrozando el camino al azahar. Lo anuncian la luz, la tibieza y la alegría subcutánea -puramente biológica- que hemos sentido esta mañana al ver el claro verde niño de las primeras hojillas recién brotadas pero aún sin desplegarse, como acurrucadas todavía entre las hojas adultas verde oscuro; al ver el cielo azul cobalto; y al oler el perfume amargo de las naranjas. Yo lo sentí aún antes de salir a la calle, al ver la naranja fugitiva quieta en el centro del zaguán, perfecta y enigmática, sobre el mármol blanco.

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