Navidad de todos

El Ayuntamiento debería limitarse a conceder permisos, no hay una partida para que sea Navidad en El corte Inglés

Por más que le escueza a algunos, la Navidad siempre fue una fiesta religiosa, incluso cuando era pagana. La polémica en el Pleno del Ayuntamiento de Málaga por el gasto de la luz ornamental se intenta reducir a lo económico pero rascas un poco en el oro y ya huele a incienso y mirra. Los ediles discutían si cargar todas las bombillas al erario o cobrar una porción a los comerciantes del centro: la opinión de izquierdas y derechas es tan previsible como los teatrillos de catequesis, hay más vida en el belén viviente. Las candelas animan a salir y consumir, la única democracia de la calle que pervive; las tiendas alumbradas ganan mucho; y Larios, bellísima pero impersonal como el más plastificado duty-free de aeropuerto, ha sido conquistada por franquicias muy capaces de pagar al menos el aguinaldo del farolero. No se cobraría lo mismo a un viejo sastre de los recoletos que a las multinacionales de la crema antiespinillas y la faja color carne pero los concejales estaban deseando gritarse unos a otros "¡demagogia!, ¡demagogia!", en una estampa típica navideña.

Si se trata de una inversión, que inviertan los locales donde el beneficio revierte, no los santos e inocentes que pasaban por allí. En términos racionales, el Ayuntamiento debería limitarse a conceder permisos: no sé que haya una partida presupuestaria para que sea Navidad en El corte inglés; pero cuesta acogerse al racionalismo descarnado cuando se mezcla el negocio con la fe.

El tendero es una figura despreciada por la izquierda y por los conservadores. Marx no empezó denunciando la pobreza o la desigualdad, sino el comercio: que las personas comprasen y vendiesen entre ellas, en vez de ceder sus recursos a una autoridad centralizada providente, mezcla de niño Jesús y economato militar. Aquel que se lió a rebencazos con los mercaderes del templo también expresó lo que opinaba sobre la libre empresa. Había llegado su oportunidad de implicarse con Málaga, de probar que forman parte de la ciudad y que no son incompatibles el evangelio y el talonario. Dejar la iniciativa a tiendas y asociaciones de vecinos, no regulando más que las licencias y la seguridad, contribuiría a afianzar el carácter aconfesional, constitucional, del Ayuntamiento y los malagueños que han participado sentirían que la fiesta es suya, de la piedad popular. Sí, una fantasía, pero algunos seguimos creyendo en los milagros de la Navidad.

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