Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Necesitamos reírnos más

Un vecino ejerce la corrección fraterna a la espera de que el semáforo cambie de color: no vuelvas a hablar de ti como una persona mayor, me dice. Con ánimo juvenil, siento contrariarle hoy de nuevo. Sé que la nostalgia vive en el piso de al lado del patetismo y, peor, convive con la incomodidad de quienes soportan al nostálgico. Y miren que me encuentro entre uno de esos que cuando ven a alguien sacar un álbum de fotos de una estantería se echa a temblar, a temerse que los recuerdos, las personas, sus atuendos y rasgos, los sitios, te hagan polvo, como polvo acabaron siendo quienes osaron abrir el sarcófago de algún faraón. Pero lo que voy a referir, por haberlo encontrado ayer en internet, es desde luego un recuerdo, sí; pero uno hilarante. Y memorable. Fue en 1994, en el Parlamento de Andalucía, que presidía Diego Valderas, que a duras penas puede controlar el despiporre paulatino, contagioso y a la postre generalizado de la Cámara ante un ataque de risa de una diputada a la que toca, no sé ahora por qué, ir mencionando los nombres de otras señorías. La escena dio la vuelta al mundo.

Un periódico local calificó aquella mítica partida de pecho general como "la escena más irrisoria (sic) del Parlamento andaluz": el corrector estaría de permiso. Valderas, perdida la batalla contra su ceceo natural, se empeña en poner orden, pero, cual pretorianos de Pilatos en La vida de Brian, los de delante y los de atrás, los de la derecha y la izquierda, incapaces de contener la risa tonta, obligan al presidente a suspender la sesión cinco minutos. Algún diputado previsor quizá pudo cambiarse de muda en ese ínterin. Otros muchos hicieron los abdominales que nunca habían hecho. Fue delicioso. Por cierto, ¿cuánto tiempo hace que usted no se pega un carcajeo liberador de unos minutos con sus amigos, sin necesidad de haber fumado nada, por cualquier pamplina?

La risa une a las personas de todo color; el humor reconcilia con la dureza de la vida. Aquella escena... nada que ver con la seriedad de no pocos parlamentarios vigentes: la solemnidad poco creíble y no poco vanidosa del presidente del Gobierno, la tensión de las enumeraciones de Abascal, el aire de homilía laica de las intervenciones ejemplares de Rufián, torvo en su simplicidad. La carencia de capacidad de usar la ironía -que debe ser inteligente, o es pedantería-; la negación de la risa. No vendría mal en estos días de confusión un poco más de guasa y de swing en los argumentos. Pero para todo hay que valer, hasta para reírse, y a coro: estos, aquellos y los de más allá, juntos.

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