El problema no son los ladridos, el problema es que rompen el silencio. El problema no son los insultos, el problema es cómo retratan al que los lanza. El problema no es lo que dicen de ti, es lo que dejan de decirse a ellos mismos. Amigo, amiga, la próxima vez que quieran manchar tu imagen, aunque tu primera reacción sea la de un resorte que te corre por las venas y te revuelve el estómago como si quisieras vomitar un hacha contra su cara, pregúntate qué es la valentía.
La valentía puede ser el soldado que se tira sobre una bomba que va a explotar. O el que practica deportes de alto riesgo cada mes. Pero, por encima de todo, la valentía comienza con actos más sencillos, cotidianos y personales. En pedir perdón, en hacer autocrítica, en saber ver en ti mismo los defectos que intentas endosarle a otros. Y visto que en el día a día hay más de estos que soldados o deportistas sin miedo, me da la sensación de que es más difícil encontrar gente capaz de mirarse al ombligo.
Y podemos rizar el rizo parándonos a encontrar los fallos tras un gran logro o los éxitos en un fracaso estrepitoso. Una vez un compañero algo raro pero con puntuales análisis certeros dijo una gran verdad: "El mérito es ver las cosas negativas del Málaga cuando ha ganado 5-0 y las positivas cuando le han metido seis". El resultadismo, de hecho, podría ser otro de nuestros pecados capitales. Por cierto, no me extenderé mucho porque ya lo escribí hace años, pero no sé quién decidió que fueran solo siete; quizá pasaría como con los delitos: la falta de huecos en las cárceles impide que haya más presos. Los resultadistas son gente de baja estofa moral e, irónicamente, siempre están condenados a perder. Porque nunca se puede ganar sin juicio propio, sin pensar en qué has podido fallar; si crees que algún agente externo ha influido en tu traspié o continuamente tienes en la cabeza que el rival hizo trampas. No hay nada que te acerque más a una derrota que no haber sabido digerir la última o tener la continua sensación de que te deben algo. En la vida, por norma, pierdes más veces de las que ganas. Y si no eres capaz de ver qué has hecho mal o qué te faltó para mejorar, siempre serás un perdedor. Incluso cuando venzas ocasionalmente. Y este tipo de personas quedan retratadas en su no saber perder. Pero también son bastante reconocibles en sus victorias, porque no saben ganar. Y aunque veces solo hace falta tener miedo para ser valiente, no hay actos más valerosos que levantar una bandera blanca, asumir la responsabilidad de una derrota o felicitar al contrario con honestidad. Todo lo que no sea eso, se trata de tristes vestidos para camuflar un indomable sentimiento de cobardía. Prometo algún día asomarme por aquí con mi lista de errores, por si inspira a alguien a hacer la suya propia. Mientras tanto, continuaré pidiendo perdón y haciendo autocrítica a diario. Resolver los asuntos más nimios puede ser una gran terapia para evitar enfermedades crónicas del alma.
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