Nostalgia de los años 30

Vuelve la nostalgia por los tiempos en que el poder autoritario parecía la única vía posible para hacer feliz a la gente

Lo olvidamos a menudo, pero hubo un tiempo -los años 30 del siglo XX- en que lo cool era ser fascista o comunista, desfilar uniformado con el brazo o el puño en alto y obedecer sin pestañear al gran líder que daba las órdenes. Y el viejo orden liberal, con sus instituciones, su presunción de inocencia, sus parlamentos y sus jueces independientes -y su libertad de prensa- no era más que un simulacro ridículo que debía ser derribado sin piedad. En los años 30, los equivalentes de los punks gritaban a favor de Hitler o de Stalin (en España también gritaban a favor de la FAI anarquista, con sus deseos de quemar todos los juzgados). El parlamentarismo, los partidos políticos, el respeto a la ley: todo eso era cosa de viejos prostáticos, de sufragistas histéricas, de señores gotosos que llevaban un estrafalario sombrero de copa.

Sin darnos cuenta, estamos volviendo a aquellos tiempos. El odio a los jueces de algunas feministas radicales, el desprecio por las prácticas de los partidos tradicionales -con sus odiosos pasteleos-, el crecimiento de la desigualdad económica y la sensación de que el viejo mundo del consenso socialdemócrata/liberal se está yendo a pique: todo esto está causando una virulenta nostalgia por un poder autoritario -y el consiguiente desprecio a las leyes democráticas- como única vía posible para hacer feliz a la gente. Y no olvidemos que tanto fascistas como comunistas prometían un mundo nuevo, virginal, incontaminado.

En este sentido, no me sorprende nada que Podemos Andalucía (o una de sus múltiples mutaciones) haya lanzado una campaña inspirada en la princesa Khaleesi de Juego de tronos. En la fascinación por la lucha despiadada por el poder que se exhibe en Juego de tronos, donde no hay leyes ni parlamentos, sino mazmorras y espadas que hacen rodar cabezas, se oculta el mismo deslumbramiento por el autoritarismo que se vivió en los años 30. Muchos de los que gritan contra los jueces no se dan cuenta de ello, pero es así. Es lo mismo que ocurre con los votantes de Trump o Bolsonaro: todos desean vivir protegidos por un autócrata implacable que corte la cabeza a los malos y deje vivir tranquilos a los buenos. Un mundo en blanco y negro. Sin opción para el enemigo. Donde sólo haya una clase de ideas aceptadas. Y donde el líder, el gran líder, siempre tenga la razón.

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