Quousque tamdem

Luis Chacón

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Nostalgias de España

Aquel día que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Barcelona nos sentimos el centro del mundo

No hace falta irse a Nueva York una Nochebuena, como dice la copla, para sentir nostalgia de España. Más que nada, porque hay recuerdos que en esta jaula de grillos histérica en la que nos hemos convertido, nadie que no los haya vivido, los tomaría por ciertos. Sobre todo, esos jóvenes que viven en un anacronismo permanente, instalados en una realidad inventada que nunca existió y en una época en la que aún no habían nacido. Y es que tal día como hoy, Festividad del Apóstol Santiago, Patrón de España, un joven rey Felipe -entonces Príncipe de Asturias- abanderaba la Delegación Española en la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona recibiendo una ovación de gala. Similar a la que poco antes había acompañado la entrada de sus padres, los Reyes Juan Carlos y Sofía, al estadio olímpico mientras sonaba Els Segadors, a cuyos acordes siguieron los de la Marcha Real de España. Aquel día se habló y se cantó en español y en catalán y los castellers se alternaron con los tambores de Aragón y el universal flamenco, tan andaluz, enardeció al estadio. Amén del encendido de la antorcha con aquella flecha ardiente lanzada por el atleta paralímpico Antonio Rebollo que aún se recuerda.

Aquel día nos sentimos el centro del mundo. Una treintena de jefes de Estado y de Gobierno asistieron a una ceremonia en la que Barcelona, y con ella España, se vestían de largo ante la comunidad internacional. Habíamos culminado la Transición e ingresado en la Unión Europea y éramos mucho más que una promesa como estado influyente en el concierto de las naciones. Barcelona 92, al igual que la Expo de Sevilla, fueron un escaparate irrepetible. Pero Barcelona tuvo un plus, innecesario en Sevilla. Ni el idioma ni el nacionalismo empañaron el evento. No solo hubo una excepcional colaboración y coordinación entre las administraciones, sino que el gobierno socialista de Felipe González, la Generalitat, presidida por un nacionalista como Jordi Pujol y el Ayuntamiento encabezado por Pasqual Maragall, tan socialista como catalanista, aunaron esfuerzos para que todo fuera un éxito. Y lo fue. Un éxito de España.

Hoy sería imposible vivir algo parecido. Y es triste pensar que vayamos hacia atrás. Cada día un pasito más. Deshaciendo, como Penélope, todo lo que medio siglo de convivencia había conseguido tejer para convertirnos, otra vez, en una nación desmadejada y deshecha. Y ese no es el camino.

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