El liderazgo emergente de la ministra Yolanda Díaz es uno de los asuntos más refrescantes de la actualidad política. Lo primero que uno se pregunta es si será viable esa plataforma que pretende liderar dada la tendencia patológica de la izquierda a la fragmentación. Recuerda, en cierto modo, aquella exitosa Convocatoria por Andalucía de Julio Anguita. El entonces alcalde de Córdoba se benefició de la movilización en torno al "no" en el referéndum que convocó el gobierno de F. González sobre nuestra permanencia en la OTAN. Las circunstancias de aquel referéndum son sobradamente conocidas y, si bien finalmente triunfó el "sí", supuso un punto de inflexión en la relación del gobierno con los sindicatos, además de favorecer la articulación de la izquierda no socialista. Aquel experimento andaluz fue el origen de IU y lo que acabó ocurriendo es bien conocido: lo que fue una prometedora iniciativa se diluyó en la nada hasta acabar de apéndice de Podemos. Iglesias se consideraba discípulo de Anguita, del que ha heredado sus virtudes y sus defectos.

El contexto en el que Yolanda Díaz intenta armar su plataforma es muy distinto: ni el PSOE es lo que era, ni tampoco lo es el resto de la izquierda. A diferencia de lo que ocurría hace dos o tres décadas, lo que existe más allá del PSOE es, en su mayor parte, un conjunto de fuerzas políticas de carácter identitario y particularista, ajenas a la tradición cultural de la izquierda. La clase, como elemento de definición política, ha sido sustituida por la identidad en sus distintas formas. Es cierto que Díaz pretende que su movimiento tenga carácter transversal e ir más allá del bloque, incluso dejar a Sánchez la esquinita de la izquierda. De hecho, sabedora de que la conquista del lenguaje es previa a la de la realidad, utiliza el término laborista como denominación. Debe consideras viejunas palabras como socialdemocracia, comunismo o progresismo. A falta de mayor definición es inevitable pensar en el Labour Party británico, no sabemos si el de Corbyn o el de Stamer. El problema es que la transversalidad, en una realidad tan polarizada como la actual, parece un tabú. Y dentro del bloque que apoya actualmente al gobierno las contradicciones y la diversidad de intereses es evidente. Se pueden sumar sus votos, no sin dificultad, para aprobar un presupuesto o una ley, pero ir unidos en una misma formación bajo unas mismas siglas y en listas comunes es otro cantar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios