Números

Pueda ser que sea una señal de agotamiento del modelo económico de los últimos años

Pasó lo que se veía venir. El visado de viviendas ha vuelto a bajar después de cuatro años y se aleja de las 13.000 que se visaron en 2008. Su número descendió en el segundo y cuarto trimestre sin que su caída la compensaran las alzas del primero y cuarto. Lo que nos lleva a pensar que, siendo cierto que la administración tiene mucho margen de mejora, no debe ser la causa de este descenso. Se trata de la misma administración que ha gestionado el incremento desde 2015. O esa no es la causa o la administración tiene meses, como el calendario. Independientemente de cómo funcione el ayuntamiento, cuesta pensar que sea el culpable de que en Antequera no haya visto la luz este año un solo proyecto de vivienda colectiva. Como tampoco parece que sea el panorama político. Desde la dimisión de Rajoy en junio de 2018 se han alternado meses de incremento con otros de bajada y en junio de ese año se visaron 3 veces más viviendas que en ese mes en 2017.

Quizás la explicación esté en el nombre de los municipios. Que en Ojén, Benahavís o Manilva se hayan visado más viviendas que en Vélez, Ronda o Antequera, indica que la producción no responde a una necesidad social. La producción se encuentra repartida en la provincia en una proporción de 1 a 4 entre el área metropolitana (Málaga, Rincón y Alhaurín) y la Costa del Sol Occidental, sin responder al peso poblacional mientras que presupuestariamente, la relación entre ambos territorios aumenta hasta un 1 a 5,4. Es significativo que el presupuesto unitario declarado de las viviendas unifamiliares, mayoritariamente concentradas en la costa, sea el doble del de las viviendas colectivas. El real lo es aún más.

Puede ser que este descenso no responda a una causa coyuntural. Pueda ser que sea una señal de agotamiento del modelo económico de los últimos años. Puede que responda la debilidad de un sistema basado en la compra-venta de viviendas como bien de inversión y sin carácter finalista. En una producción de vivienda de segunda residencia que tiene su límite en el propio territorio que, o se agota, o pierde su carácter y con él, su interés. También es cierto que la inestabilidad política contribuye y que un gobierno decidido puede impulsar una política de vivienda dirigida a satisfacer esa demanda sin respuesta en el mercado. Desde 2013 carecemos de un plan de vivienda efectivo y el crecimiento experimentado desde 2015 no parece sostenible.

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