Odio

Es muy preocupante esta proliferación de odio que no se detiene ni ante la congoja de unos padres primerizos

Estos días, las redes sociales se han llenado de insultos y de burlas contra Irene Montero y Pablo Iglesias a causa del nacimiento prematuro de sus mellizos. Por suerte, también ha habido palabras de ánimo para ellos, muchas de ellas provenientes de adversarios políticos; pero lo que más ha llamado la atención han sido esos insultos y esas frases despectivas. Personalmente no tengo ninguna simpatía por las ideas de Irene Montero y Pablo Iglesias -en Venezuela ya tienen una inflación del 40.000%, es decir, que dentro de nada estarán imprimiendo billetes de cien trillones de bolívares-, pero me parece inhumano que la gente se burle de unos padres que están sufriendo la angustia de un nacimiento prematuro. También es verdad que Pablo Iglesias e Irene Montero han fundado su discurso político en una peligrosa -e histérica- manipulación del resentimiento social, pero hay límites que no se deben traspasar jamás. Y cuando unos padres, sean los que sean, tienen la desgracia de vivir una situación así, lo único que puede hacer una persona decente es desearles lo mejor.

Es muy preocupante esta proliferación de odio que no se detiene ni siquiera ante la congoja de unos padres primerizos. Y es muy preocupante, insisto, porque se ha convertido en una práctica habitual que se ejerce desde los dos bandos, el de la izquierda más radical (a menudo atizada por los propios dirigentes de Podemos y ciertas cadenas de televisión), y desde el otro por una extrema derecha que se comporta con un matonismo que pone los pelos de punta. No hay sociedad estable que pueda vivir instalada en el odio. Y ahora que se habla tanto de la Guerra Civil, convendría recordar que la sublevación militar y el conflicto de 1936 no se iniciaron en un clima de envidiable armonía social (como nos quieren hacer creer algunos ilusos), sino en una sociedad que cultivaba el odio y ejercía el odio y vivía del odio. El odio creaba miedo, y el miedo, a su vez, iba creando más odio, hasta que al final pasó lo que pasó. Las leyes de Memoria Histórica pasan de puntillas sobre las causas del conflicto y eluden explicar por qué ocurrieron las cosas (y así acaban convirtiéndose en simples instrumentos de propaganda que también contribuyen a propagar el odio). Tremendo error. Si el odio sigue expandiéndose, al final todos acabaremos pagando las consecuencias.

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