El tránsito

Eduardo Jordá

¡Oh, capitán, mi capitán!

EL otro día sorprendí a mi hijo recitando el poema sobre la selección española de fútbol que aparecía en un anuncio de cerveza. "¡Oh, selección, mi selección, roja como mi sangre!". Cuando se dio cuenta de que lo había descubierto recitando, se avergonzó, pero en seguida cambió de actitud y volvió a empezar, muy orgulloso y muy serio: "¡Oh, selección, mi selección, roja como mi sangre!".

Lo interesante de esta historia es el efecto que la poesía puede tener sobre un niño. En este caso la fascinación del poema va unida a la fascinación que despierta la selección de fútbol -y sus éxitos, y su épica en el campo-, pero hay un momento en que las palabras de un poema cobran vida propia, por así decir, y empiezan a actuar en la mente con independencia de las circunstancias que lo han inspirado. Y esto es lo que le había pasado a mi hijo. No sólo lo tenía hipnotizado la selección, sino el hechizo de las palabras que vibran y que estremecen. Creemos que la poesía no sirve de nada y que nadie se interesa por ella, pero eso no es del todo cierto. Me atrevo a decir que miles de niños han recitado estos días ese poema del anuncio, que no es más que una adaptación de la elegía que Walt Whitman escribió tras el asesinato de Lincoln, "Oh, capitán, mi capitán". Whitman se hizo famoso con esta elegía -que no es ni de lejos el mejor de sus poemas-, pero si uno la lee, al instante se ve arrastrado por una fuerza torrencial (lo mismo que si escuchamos la canción que Nina Simone compuso tras el asesinato de Martin Luther King: Why). Al final de su vida, Whitman confesó que ya estaba harto de aquel poema, pero ahora se ha convertido en un himno que sigue resonando en nuestros corazones. "¡Oh, selección, mi selección, roja como mi sangre!".

Mi hijo no cantaba el poema, pero casi estaba a punto de hacerlo. Y es normal, ya que la poesía y la música han sido inseparables durante mucho tiempo. Y el anuncio de cerveza ha resucitado los orígenes de la poesía, en los primeros tiempos de la humanidad, cuando era un simple cántico guerrero o el conjuro de un chamán que intentaba curar a un enfermo. Hoy en día, la poesía lírica se ha apartado de este camino, pero la épica -que casi nadie practica, a no ser los raperos y los publicitarios de cerveza- sigue intentando unir palabras y música. "¡Oh, selección, mi selección, roja como mi sangre!". Al oír a mi hijo, imaginé los cánticos que sonaban en las cuevas de Altamira, hace miles de años, a la luz de las antorchas. En aquellos tiempos, la poesía servía para expresar el orgullo y el dolor colectivos de la tribu, pero también era un instrumento -y quizá el único efectivo- contra el miedo y la oscuridad y el peligro. Hoy en día tenemos que conformarnos con los equipos de fútbol.

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