MIENTRAS el Gobierno intentaba convencer a los inversores de la City y a los responsables del Financial Times de la seriedad de las cuentas españolas para que, entre otras lindezas, dejen de llamarnos "cerdos en el estiércol" (convirtiendo pigs en acrónimo, así bautizó hace tiempo el periódico más influyente del mundo financiero a las economías de Portugal, Italia, Grecia y España), en Málaga volvíamos a joder la marrana. El nuevo escándalo municipal, las subvenciones autoconcedidas por la concejala de El Palo a la asociación de vecinos que presidía, deja el listón de la gestión en el barro, donde hace tiempo mora la credibilidad política local.

En el episodio, el alcalde ha vuelto a exhibir su ductilidad ética. Para quitarle hierro, ha hecho hincapié en la cuantía menor de las ayudas otorgadas. De nuevo De la Torre traslada un mensaje perverso y erróneo: no importa el cómo, sino el cuánto. También se confunde el regidor cuando da por zanjada la polémica. Afortunadamente, en materia de opinión pública aún no hay decretos de Alcaldía que valgan. Este feo asunto no se cerrará hasta que no escuchemos a Teresa López y sus disculpas. Y si el PP exigió en su momento, con un razonamiento lógico, que la delegada de Igualdad de la Junta, Amparo Bilbao, debía dimitir por haber concedido subvenciones millonarias a una ONG de la que su marido es directivo, lo coherente sería que López dejara su puesto. Lo mismo vale, viceversa, para el PSOE.

Pero lo más preocupante, el fondo real del problema, es la alegría con que se maneja el dinero público en el ayuntamiento y, por extensión, en el país. No parece razonable, ni muchos menos productivo, subvencionar con mil euros el Belén de una asociación, con casi 2.000 un coro rociero, con 1.100 un viaje cultural a Sevilla, con 600 una reunión de confraternidad o con 200 un torneo de dominó. Así lo tenemos crudo con el Financial Times. Oink.

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