Ola de calor

Si es triste morir con 17 años, más triste es morir por estar segando en plena ola de calor y en el interior de Andalucía

La noticia nos llegó ayer, aunque parecía habernos llegado desde un amarillento ejemplar de periódico de hace sesenta años: un chico de 17 años, de Castro del Río, en Córdoba, había muerto cuando estaba segando a consecuencia de un golpe de calor. El chico se sintió mal, se metió en la piscina de la finca -que más bien sería una alberca- y luego cayó en coma y tuvo que ser llevado al hospital, de donde ya no pudo salir. A primera vista, se diría que ya nadie siega en Andalucía, porque lo único que se ve desde la autopista -cuando llega el verano- son tractores, cosechadoras y empacadoras. La mayoría de niños ignoran qué diablos es una hoz o qué significa el verbo "segar". Pero está visto que la realidad es testaruda y le gusta jugar con nosotros al escondite. Y ahí tenemos a ese chico que murió segando, como uno de aquellos jornaleros que Miguel Hernández retrató en Viento del pueblo, cuando todos creíamos ya que la siega a mano era una cosa olvidada que sólo aparecía en los documentales y en la propaganda demagógica. Pues no, se ve que no. Más demagógica ha resultado ser esa realidad que creíamos extinguida y que no lo estaba.

Si es triste morir con 17 años, mucho más triste es morir por estar segando en plena ola de calor en un pueblo del interior de Andalucía. Me pregunto con qué cosas soñaba ese chico, cuáles eran sus planes, qué clase de ideas le rondaban por la cabeza. No sabemos nada de él, y eso hasta es bueno porque nuestra época de obsesos en profanar la intimidad de los demás habría convertido su vida y su muerte en un sórdido espectáculo de telebasura. Pero aun así me intriga saber cosas de su vida, esa vida que se acabó tan pronto y que tan poco rastro dejó de su paso por la tierra. Walt Whitman se preguntaba en uno de sus poemas si alguien escribiría su vida cuando él ya no estuviera en este mundo: "¿Escribirá alguien así mi vida, una vez muerto yo?/ (Como si algún hombre conociera realmente algo de mi vida;/cuando hasta yo mismo pienso a menudo que poco o nada sé de mi verdadera vida./ Sólo vagas nociones, débiles pistas y difusas imágenes,/ que persigo para mí mismo, para poder exponerlas aquí)".

De ese chico de Castro del Río sólo nos quedan ahora esas vagas nociones y esas débiles pistas. Y esa imagen terrible -por atávica, por inconcebible- de alguien que muere segando en medio de una ola de calor. Pobre chico.

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