El otoño siempre ha pagado un doble peaje. Se le culpa del final del verano y hace de rodaje para el invierno, que aterriza en mentes más preparadas para los gélidos días sin playa ni luz gracias a su trabajo sucio. Es la estación más denodada de todas. Y ello, en cambio, se convierte en la excusa perfecta para bucear en sus encantos. Septiembre, mes oficial del relevo en el calendario, propulsa sus bonanzas para los amantes de la sinestesia y las pulsaciones más reposadas.

Estos días son crisálidas para nuevos colores que nos atemperan tras un verano frenético y de pulsiones aceleradas. Antes de que una tromba de agua cambie súbitamente los terrales extemporáneos por temperaturas de hueso castañeteando, las finas lluvias hacen spoiler de depresiones, nuevas decisiones vitales, hábitos más saludables y cambios de armario. Las cigarras se caen de la tumbona y las hormigas encienden la chimenea.

Otoño llega con dudas de adolescente, hoy amanece londinense y explota de sol al mediodía. Y así va pincelando días de coleccionista. El sol lanza rayos de tonos mestizos entre unas nubes que parecen tener más prisa que nunca. Por eso es una estación para dejar de mirar la arena del suelo y elevar los cuellos para contemplar constantemente un cielo único: una autopista de cúmulos y cirros. Un aeropuerto de gaviotas desbrujuladas. Aprendices de dioses practicando con su paleta de colores al atardecer. Playas que escupen a domingueros ansiosos y cursan una invitación para la meditación y la introspección. Un pacto entre lluvia y mar para bautizar la nueva estación con el bendito botafumeiro del petricor.

En Málaga, este celestial panorama es una oportunidad pintiparada para hacer la comunión con la naturaleza. Para las rutas de senderismo en familia o con buenos amigos, aunque sea como abrazo a cada centímetro de planta abrasado en Sierra Bermeja. Para esas cálidas visitas a los pueblos a los que el verano deja seco de turistas y de ingresos. Para un pícnic en alguno de los pocos espacios verdes que nos ofrece la capital. O para cualquiera de esas fabulosas y gratuitas oportunidades que se nos brinda al subir a miradores, tender una toalla en la playa o sencillamente caminar por el campo. Porque si verano es el mes de los excesos y los dispendios, el otoño es un spa natural y a coste cero en esos escenarios. Disfruten de esta estación en la que todos creen que las hojas se caen, cuando en realidad lo que están haciendo es lanzarse a besar el suelo que llevaban nueves meses esperando tocar. Como si fuera una semblanza maravillosa de la vida; un parto de la naturaleza asistido por nuestros cinco sentidos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios