Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

POMP & CIRCUMSTANCE

No olviden nunca que la libertad brilla en el cielo cuando lo surca una escuadrilla de Spitfire

Siempre fue trágico ser anglófilo en España. Somos esa exquisita minoría a la que la derecha patria tacha de traidora al grito de ¡Gibraltar español! mientras saca a pasear la memoria insigne de Blas de Lezo. Para mitras y sotanas, desprendemos cierto tufillo a cisma anglicano y a los conservadores, el liberalismo británico les genera sarpullido. La izquierda también recela; somos monárquicos aunque sea por puro sentido estético, reverenciamos el parlamentarismo y adoramos ese sentido elitista y refinado incompatible con el igualitarismo ramplón y grosero tan propio del obrerismo marxista. Y ahora, con el Brexit consumado jurídicamente, un clown en el número 10 y el populismo patriotero desatado en Europa, vamos a volver a las catacumbas como en tiempos del rey felón.

Bien es verdad que piensas en su cocina y concluyes que los ingleses concibieron la sobremesa para olvidar sus almuerzos. Nadie es perfecto aunque haya inventado la ginebra y ese deporte de rufianes jugado por caballeros que es el rugby. Pero nos dieron el tweed. Sólo por eso merecen infinito respeto y consideración. Es verdad que es originalmente escocés, pero al igual que una dama sólo lo es si disfruta de esa indefinible joie de vivre, tan chic y parisina, ningún caballero sería tenido por tal si no diera la impresión de volver del Reform Club o dirigirse a la Estación Victoria para tomar el tren de las ocho a Cambridge. No hay zapatos como los ingleses -sean oxford, derby o monkstrap-, ni abrigo como el Chesterfield, ni gabardina como la trinchera, ni corbata como la regimental, ni sombrero como el trilby. Sin las citas de Shakespeare y Churchill me resultaría imposible coronar estas columnas y sin Holmes y Watson o Jeeves y Bertie Wooster, mi adolescencia hubiera sido intensamente aburrida y desgraciada. Maduré escuchando a sir Edward Elgar; leyendo a Rudyard Kipling y a E. M. Forster; admirando a sir Alec Guinnes en El puente sobre el río Kwai; soñando con el Cambridge de Carros de Fuego y riendo a mandíbula batiente con las comedias de la Ealing, los delirios de los Monty Python, Sí, ministro y La Víbora Negra. Adoro Westminster, el Big Ben y ese orgullo patrio que convierte la bandera en un elemento decorativo engarzado en la propia vida diaria. ¿Y aún me preguntan por qué me apena el Brexit?

No olviden nunca que la libertad brilla en el cielo cuando lo surca una escuadrilla de Spitfire.

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