PROCEDIMIENTO

No somos capaces de contactar con el guardián de las llaves del BIC donde arrojaron cuatro patinetes

Más triste que la de don Antonio, mi juventud son recuerdos de un patio cutre de Sevilla. El de luces de la Escuela de Arquitectura, que un día amenazó con inundarse henchido de mugre su sumidero. Hecho percibido por un profesor que, pese a ser especialista en otra materia, pudo percatarse del peligro en ciernes. Cosa distinta fue determinar a qué miembro de la comunidad universitaria le correspondía evitar el Cristo que se avecinaba, pero cuya reparación sí gozaba del oportuno procedimiento administrativo. Lego en derecho, sospecho que si mañana me sorprende la policía tirando un patinete a una fuente, va de suyo la denuncia por vandalismo antes de que lo retiren. Igual que si dejo la moto en medio de la acera. De la multa solo me salva que no la vean. Y si en la huida por la acera supero los 10 km/h con una bici, tan probable es que me persigan, como seguro es que no es de las que alquila el ayuntamiento. Pero si cojo un patín eléctrico abandonado en la acera, vuelo por ella a casi 30 km/h y lo tiro por encima de la valla de la muralla de Carreterías, parece ser que tenemos un vacío normativo que dificulta cualquier actuación.

Desde la aparición de los ciclomotores con forma de coches que pueden conducir los menores, aunque las consecuencias de un accidente no sean muy diferentes a las de otro coche a la misma velocidad, la movilidad urbana experimenta una revolución diaria que demanda una nueva regulación. El problema no es cómo se establece una concesión administrativa. Lo que en el fondo no deja de ser ordenar un negocio y la entrada de nuevos ingresos municipales. El problema es cómo se convive en el espacio público. Un espacio que tratamos de humanizar rescatándolo del tráfico rodado para disfrute del peatón, y al que ahora incorporamos a diario nuevos tipos de artefactos. Cachivaches que ponen de manifiesto que la clave no está en la cilindrada o la fuente de energía que los mueve, sino en la agresividad con la que se usa ese bien común que es la calle. Como ciudadano, la discusión sobre si regular la concesión es competencia de la Gerencia de Urbanismo o al Área de Promoción Empresarial recuerda el diálogo de besugos de aquella tarde sevillana. Y lo supera. Aquí ni siquiera somos capaces de contactar con el guardián de la llave ese Bien de Interés Cultural donde arrojaron cuatro patinetes y quedamos a la espera de lo que diga la Dirección General de Tráfico.

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