EL esperpento del Comité Federal que ayer vivió el PSOE refleja con nitidez hasta qué punto los dirigentes de este partido lo habían introducido en un callejón que le conducía directamente a la autodestrucción. Ante la mayor crisis que sufre esta formación en las últimas tres décadas, los integrantes del máximo órgano entre congresos invirtieron casi doce horas en decidir qué votar e incluso dirimir la forma de hacerlo. Después de una fallida moción de censura, el secretario general salió derrotado en su propuesta de celebrar un congreso de inmediato y presentó su dimisión. Todo ello, con momentos de tensión impropios, tanto dentro como en el exterior de la sede, y escenas que avergonzarán durante mucho tiempo la historia de este centenario partido. La fractura es evidente y costará mucho esfuerzo supurar estas heridas tras este inaudito y descarnado enfrentamiento. Se hace muy complicado encontrar en estos meses de guerra soterrada a algún dirigente que haya estado a la altura. Pero los principales responsables de tanto desatino son Pedro Sánchez y su equipo. El empecinamiento de aquél en mantenerse al frente de la Secretaría General, tras el abandono de la mitad de su Ejecutiva, y su ejercicio demagógico de situar el debate en la disyuntiva de él o Rajoy, consciente de que su proclama sólo acentuaba la división interna, lo inhabilitaba. Sánchez ha dispuesto de dos elecciones y nueve meses para lograr su "gobierno transversal". En su huida hacia delante aceptó "explorar" las líneas rojas que supondría solicitar el apoyo de los independentistas. Maniobras que perseguían ganar tiempo y asegurarse su candidatura en unos terceros comicios generales, que habrían significado una burla para los españoles y, en este contexto, posiblemente el descalabro final de su partido. Tras el epitafio de ayer, el PSOE debe preparar, desde la oposición, un congreso de refundación con un proyecto que devuelva la esperanza a millones de votantes de un país al que tantos servicios le ha prestado.