Pacto de martingala

La historia nos dice que los políticos huidos temen el momento en que dejan de ser noticia

Durante la pasada semana asistimos al encuentro, desencuentro y reencuentro de los socios en el independentismo catalán, con visos de ser una etapa más de su cansina parodia. Da gusto ver como se quieren y se engañan con la misma intensidad, para finalmente exigirse respeto mutuo pero, como bien decía el malagueño Cánovas del Castillo: "Hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca". Pero ha llegado el momento de jalear a las hordas en la calle, obedecer a Puigdemont en el Parlamento y acabar con los huesos en prisión, y ante ese panorama ninguno quiere convertirse en mártir, es más, el primero que no se moja es el propio Puigdemont.

La entrevista realizada en la televisión belga, en la cual un entrevistador se rió de la falta de valentía y del vodevil que tiene montado en Bruselas el propio ex presidente catalán, le ha convertido en el hazmerreír de gran parte de Europa. Y cuando la gente le ha perdido el respeto ni siquiera los propios gritos libertarios desde los balcones de la calle Waterloo alcanzan a sus escasos viandantes. La historia nos dice que los políticos huidos temen el momento en que dejan de ser noticia, porque el olvido es mucho peor que la mayor de las distancias. Y conforme ha pasado el tiempo ya ni siquiera recordamos a los que siguen dando vueltas por Bélgica, Escocia o Suiza, porque ellos mismos andan más preocupados por su manutención diaria que por sus soflamas nacionalistas.

Pero lo que ninguno de los presidentes quiere oír hablar es sobre adelantos electorales. Las situaciones personales de unos y otros, tanto en Madrid como en Barcelona, parecen suficientemente delicadas como para no querer dejar el cargo y enfrentarse a sus correligionarios. Y el problema es que pueden llevar a sus partidos al más absoluto de los fracasos. La incesante falta de apoyos y la desconfianza de sus socios está desembocando en que nadie quiere ser relacionado ni con los partidos gubernamentales ni con sus políticas. Y esa tensión se está dejando traslucir en amenazas a periodistas y jueces, incluso a contrincantes y semejantes, acabando en la reclusión y el enclaustramiento tras los muros de los palacios presidenciales. Al igual que le ocurre al ex presidente catalán, en esa triste soledad poca fuerza puede ser demostrada porque, como decía la escritora Concepción Arenal: "Un hombre aislado se siente débil, y lo es".

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